lunes, 9 de abril de 2012

TRAS LA SEMANA SANTA





                Ahora que ya han pasado estos días tan místicos para el cristianismo, donde se regocijan y celebran el supuesto martirio, tortura y muerte de un ser humano para así lograr la salvación y el perdón de los pecados, hecho este en si mismo que si se despoja de cultos religiosos no puede ser considerado de otra manera que no sea de abominable  y perverso para la condición humana, creo que sería interesante hablar sobre el tema y revelar algunas de las profundas mentiras que en estos relatos se cuentan y que por imposición de la tradición los cristianos se creen a pies juntillas.
                En primer lugar hay que darse cuenta de cuan difícil resulta el poder establecer unos hechos sin tener el menor indicio de que estos hechos sean reales en un contexto histórico. El gran problema del cristianismo, es que todo lo que nos cuenta sobre la figura y el mensaje de su mesías tenemos que creérselo simplemente porque ellos nos lo dicen. No existen documentos históricos que nos digan nada sobre Jesús, en las fuentes paganas (Tácito y Seutonio) simplemente se constata que existían cristianos ya en el siglo II y en los escritos judíos (el Talmud) se habla de un tal Yeshua que sólo coincide en algunos puntos con lo expuesto por los cristianos. Por lo tanto únicamente podemos guiarnos por lo que nos relatan los evangelios, pero estos textos, como confesión de fe que son, resultan interesados, unilaterales, apologéticos, mitificados y con tantos vacíos y silencios sospechosos que parecen difícilmente aceptables para cualquier historiador que pretenda ser riguroso y objetivo.
                Aún así, vamos a dar por buenos los textos evangélicos aunque no se hayan empezado a escribir sino tras pasar más de 50 años de los hechos que relatan. Y como la base fundamental del cristianismo es precisamente la pasión, muerte y sobre toda la resurrección del que ellos consideran dios hecho hombre en la figura de Jesús, vamos a relatar las incoherencias que reflejan los textos neotestamentarios sobre la resurrección de su mesías y sus posteriores “apariciones”.
                 Si fuésemos unos profanos desconocedores de las historias de la resurrección de Jesús, lo mínimo que esperaríamos encontrar es unos relatos que fuesen coherentes, que estuviesen bien documentados, que tuvieran una mínima concordancia entre ellos y algún tipo de solidad que les diese una bien merecida credibilidad. Pero resulta que una lectura de los evangelios nos dan la impresión contraria, si algo se puede resaltar de ellos es precisamente su incoherencia y contradicciones,  Basta con comparar los relatos de todos ellos para darse cuenta de la fragilidad de su estructura interna y, por tanto, de su escasa credibilidad.



      Después de que Jesús expirase en la cruz, según refiere Mateo, «llegada la tarde, vino un hombre rico de Arimatea, de nombre José, discípulo de Jesús. Se presentó a Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús. Pilato entonces ordenó que le fuese entregado [puesto que estaba en poder del juez]. Él, tomando el cuerpo, lo envolvió en una sábana limpia y lo depositó en su propio sepulcro, del todo nuevo, que había sido excavado en la peña, y corriendo una piedra grande a la puerta del sepulcro, se fue. Estaban allí María Magdalena y la otra María, sentadas frente al sepulcro» (Mt 27,57-61).
    En la versión de Marcos, José de Arimatea es ahora un «ilustre consejero (del Sanedrín), el cual también esperaba el reino de Dios» (Mc 15,43) y Pilato no reclama el cuerpo de Jesús al juez sino al centurión que controló la ejecución: «Informado del centurión, dio el cadáver a José, el cual compró una sábana, lo bajó, lo envolvió en la sábana y lo depositó en un monumento que estaba cavado en la peña, y volvió la piedra sobre la entrada del monumento. María Magdalena y María la de José miraban dónde se le ponía» (Mc 15,45-47).
    El relato que proporciona Lucas, en Lc 23,50-56, es sustancialmente coincidente con este de Marcos, pero en Juan la historia ocurre en un contexto llamativamente diferente: «Después de esto rogó a Pilato José de Arimatea, que era discípulo de Jesús, aunque en secreto por temor de los judíos, que le permitiese tomar el cuerpo de Jesús, y Pilato se lo permitió. Vino, pues, y tomó su cuerpo. Llegó Nicodemo, el mismo que había venido a Él de noche al principio, y trajo una mezcla de mirra y áloe, como unas cien libras. Tomaron, pues, el cuerpo de Jesús y lo fajaron con bandas y aromas, según es costumbre sepultar entre los judíos. Había cerca del sitio donde fue crucificado un huerto, y en el huerto un sepulcro nuevo, en el cual nadie aún había sido depositado. Allí, a causa de la Parasceve de los judíos, por estar cerca el monumento, pusieron a Jesús» (Jn 19,38-42).
      Ahora José de Arimatea es «discípulo de Jesús» y no parece ser miembro del Sanedrín judío; esa víspera del sábado surge de la nada Nicodemo, que le ayuda a transportar el cadáver de Jesús y lo amortajan (en los otros Evangelios, como veremos enseguida, eran varías mujeres las que iban a amortajarle y eso sucedía en la madrugada del domingo); y se le entierra en un sepulcro que ya no es señalado como propiedad de José de Arimatea y al que se recurre «por estar cerca». Retomando el texto de Mateo seguimos leyendo: «Al otro día, que era el siguiente a la Parasceve, reunidos los príncipes de los sacerdotes y los fariseos ante Pilato, le dijeron: Señor, recordamos que ese impostor, vivo aún, dijo: Después de tres días resucitaré. Manda, pues, guardar el sepulcro hasta el día tercero, no sea que vengan sus discípulos, le roben y  digan al pueblo: Ha resucitado de entre los muertos. (...) Ellos fueron y pusieron guardia al sepulcro después de haber sellado la piedra» (Mt 27,62-66). Estos versículos afirman al menos dos cosas: que era conocida por todos la advertencia de Jesús acerca de su resurrección al tercer día y que el sepulcro estaba guardado por soldados romanos. Y por cierto, de una sola tacada, toma por estúpidos al Sanedrín judío, a los soldados romanos y al lector de sus versículos ya que, si los sacerdotes judíos pensaron que Jesús había resucitado de verdad, no tenía ningún sentido pagar para ocultar algo tan grande que acabaría por saberse de alguna forma (nadie resucita para mantenerlo oculto) y, por otra parte, si los guardias romanos hubiesen confesado haberse dejado robar el cuerpo de Jesús mientras dormían, se les habría ejecutado inmediatamente, con lo que el dinero recibido les iba a servir de bien poco.                     
     El relato de Mateo prosigue: «Pasado el sábado, ya para amanecer el día primero de la semana, vino María Magdalena con la otra María [María de Betania] a ver el sepulcro. Y sobrevino un gran terremoto, pues un ángel del Señor bajó del cielo y acercándose removió la piedra del sepulcro y se sentó sobre ella. Era su aspecto como el relámpago, y su vestidura blanca como la nieve. De miedo de él temblaron los guardias y se quedaron como muertos. El ángel, dirigiéndose a las mujeres, dijo: No temáis vosotras, pues sé que buscáis a Jesús el crucificado. No está aquí; ha resucitado, según lo había dicho...» (Mt 28,1-6).
     La versión de Marco difiere sustancialmente de esta de Mateo ya que relata el suceso de esta otra forma: «Pasado el sábado, María Magdalena, María la de Santiago y Salomé compraron aromas para ir a ungirle muy de madrugada, el primer día después del sábado, en cuanto salió el sol, vinieron al monumento. Se decían entre sí ¿Quién nos removerá la piedra de la entrada del monumento? Y mirando, vieron que la piedra estaba removida; era muy grande. Entrando en el monumento, vieron a un joven sentado a la derecha, vestido de una túnica blanca, y quedaron sobrecogidas de espanto...» (Mc 16,1-5) y, como en Mateo, el antes ángel ahora joven ordenó a las mujeres que dijeran a los discípulos que debían encaminarse hacia Galilea para poder ver allí a Jesús.
    En Lucas se dice: «Y encontraron removida del monumento la piedra, y entrando, no hallaron el cuerpo del Señor Jesús. Estando ellas perplejas sobre esto, se les presentaron dos hombres vestidos de vestiduras deslumbrantes. Mientras ellas se quedaron aterrorizadas y bajaron la cabeza hacia el suelo, les dijeron: ¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí; ha resucitado, (...) y volviendo del monumento, comunicaron todo esto a los once y a todos los demás. Eran María la Magdalena, Juana y María de Santiago y las demás que estaban con ellas. Dijeron esto a los apóstoles pero a ellos les parecieron desatinos tales relatos y no las creyeron. Pero Pedro se levantó y corrió al monumento, e inclinándose vio sólo los lienzos, y se volvió a casa admirado de lo ocurrido» (Lc 24,1-12).
    Nótese que el antes ángel y después joven es ahora «dos hombres» —y que ya no mandan ir hacia Galilea dado que, según se dice algo más abajo, en Lc 24,13-15, Jesús resucitado acudió al encuentro de los discípulos en Emaús—; las tres mujeres se han convertido en una pequeña multitud; y Pedro visita el sepulcro personalmente.
    Según Juan, «El día primero de la semana, María Magdalena vino muy de madrugada, cuando aún era de noche, al monumento, y vio quitada la piedra del monumento. Corrió y vino a Simón Pedro y al otro discípulo a quien Jesús amaba, y les dijo: Han tomado al Señor del monumento y no sabemos donde le han puesto. Salió, pues, Pedro y el otro discípulo y fueron al monumento. Ambos corrían; pero el otro discípulo corrió más aprisa que Pedro y llegó primero al monumento, e inclinándose, vio las bandas; pero no entró. Llegó Simón Pedro después de él, y entró en el monumento y vio las fajas allí colocadas, y el sudario. (...) Entonces entró también el otro discípulo que vino primero al monumento, y vio y creyó; porque aún no se habían dado cuenta de la Escritura, según la cual era preciso que El resucitase de entre los muertos. Los discípulos se fueron de nuevo a casa. María se quedó junto al monumento, fuera, llorando. Mientras lloraba se inclinó hacia el monumento, y vio a dos ángeles vestidos de blanco, sentados uno a la cabecera y otro a los pies de donde había estado el cuerpo de Jesús. Le dijeron: ¿Por qué lloras, mujer? Ella les dijo: Porque han tomado a mi Señor y no sé dónde le han puesto. Diciendo esto, se volvió para atrás y vio a Jesús que estaba allí, pero no conoció que fuese Jesús...» (Jn 20,1-18).
    Ahora son dos y no uno o ninguno los discípulos que acuden al sepulcro, pero una sola la mujer (que ya no va a ungir el cuerpo de Jesús); en su alucinante metamorfosis, el ángel/joven/dos hombres se ha convertido en «dos ángeles» que aparecen situados en una nueva posición, que pronuncian palabras diferentes a sus antecesores en el papel y que, como en Lucas, tampoco ordenan ir a ninguna parte dado que Jesús no espera a Galilea o Emaús para aparecerse y lo hace allí mismo, junto a su propia tumba.            


                                     
    Si resumimos la escena tal como la atestiguan los cuatro evangelistas inspirados por el Espíritu Santo obtendremos el siguiente cuadro: en Mateo las mujeres van a ver el sepulcro; se produce un terremoto; baja un ángel del cielo; remueve la piedra de la entrada de la tumba y se sienta en ella; y deja a los guardias «como muertos».                                               
    En Marcos las mujeres (que ya no son sólo las dos Marías puesto que se suma Salomé) van a ungir el cuerpo de Jesús; no hay terremoto; la piedra de la entrada ya está quitada; un joven está dentro del monumento sentado a la derecha; y los guardias se han esfumado.                                        
    En Lucas, las mujeres, que siguen llevando ungüentos, son las dos Marías, Juana, que sustituye a Salomé, y «las demás que estaban con ellas»; tampoco hay terremoto ni guardias; se les presentan dos hombres, aparentemente procedentes del exterior del sepulcro; se les anuncia que Jesús se les aparecerá en Emaús y no en Galilea, tal como se dice en los dos textos anteriores; y Pedro da fe del hecho prodigioso.
    En Juan sólo hay una mujer, María Magdalena, que no va a ungir el cadáver; no ve a nadie en el sepulcro y corre a avisar no a uno sino a dos apóstoles, que certifican el suceso; después de esto, mientras María llora fuera del sepulcro, se aparecen dos ángeles, sentados en la cabecera y los pies de donde estuvo el cuerpo del crucificado; y Jesús se le aparece a la mujer en ese mismo momento. En lo único en que coinciden todos es en la desaparición del cuerpo de Jesús y en la vestimenta blanco/luminosa que llevaba el transformista ángel/ joven/dos hombres/dos ángeles.
    No hace falta ser ateo o malicioso para llegar a la evidente conclusión de que estos pasajes no pueden tener la más mínima credibilidad. No hay explicación alguna para la existencia de tantas y tan graves contradicciones en textos supuestamente escritos por testigos directos y redactados dentro de un periodo de tiempo de unos treinta a cuarenta años entre el primero (Marcos) y el último (Juan), e inspirados por Dios... salvo que la historia sea una pura elaboración mítica, para completar el diseño de la personalidad divina de Jesús asimilándola a las hazañas legendarias de los dioses solares jóvenes y expiatorios que le habían precedido, entre los que estaba Mitra, su competidor directo en esos días, que no sólo había tenido una natividad igual a la que se adjudicará a Jesús sino que también había resucitado al tercer día.
    Si leemos entre líneas los versículos citados, podremos darnos cuenta de algunas pistas interesantes para comprender mejor el ánimo de sus redactores. Marcos, el primer texto evangélico escrito, obra del traductor del apóstol Pedro, esbozó el relato mítico con prudencia y evitó las alharacas sobrenaturales innecesarias. Mateo, por el contrario, a pesar de que se inspiró en Marcos para escribir su obra, siguió siendo fiel a su estilo y se regocijó en adaptar leyendas paganas orientales al mito de Jesús, por eso, ya fuese por obra del verdadero Mateo o del redactor que puso a punto la versión actual de su Evangelio en Egipto, en su texto aparecen, pero no en los demás, los típicos terremotos y seres celestiales bajados del cielo propios de las leyendas paganas que vimos en apartados anteriores. El médico Lucas, ayudante de Pablo, que se inspiró en Marcos y Mateo puesto que jamás trató con nadie relacionado con Jesús, adoptó la misma mesura que Marcos y, dado que escribió en Roma, eliminó del relato las referencias celestiales exóticas y aquellas que pudiesen herir susceptibilidades entre los romanos. Como su objetivo fue demostrar la veracidad del cristianismo (y también de este hecho, claro está) recurrió a sus típicas exageraciones y manipulaciones en pos de asegurarse la credibilidad. Por eso convirtió en hombre maduro a quien había sido un joven o un ángel y dobló su presencia para mejor testimonio.
      Otro tanto sucedió con las mujeres, a las que ni él ni Pablo concedían demasiada credibilidad, que presentó como a un grupo numeroso para así poder compensar en alguna medida su credulidad genética gracias a la cantidad de testimonios coincidentes; pero, aún así, Lucas creyó necesario incluir el testimonio de un varón para que el relato pareciese razonable y ahí hizo su aparición Pedro. El apóstol Pedro no sólo gozaba de credibilidad entre la comunidad judeocristiana sino que era el oponente más duro de Pablo, así que al incluirlo en el relato se lograban dos cosas a la vez: dar veracidad al hecho por su testimonio de varón y materializar una sutil venganza en su contra mermándole su masculinidad y prestigio al presentarlo solo en medio de un grupo de mujeres.
     En Juan, el más místico de los cuatro, los hombres volvieron a ser transformados en ángeles (dos, por supuesto), la mujer fue una sola y con un papel totalmente pasivo y, en sintonía con la conocida pasión que evidencia el redactor de este Evangelio por el Jesús divino, no pudo aguardar para hacerle aparecer en Galilea y le hizo materializarse en su propia sepultura para mayor gloria. Pero vemos también que en este relato aparecen dos discípulos, Pedro y «el otro discípulo a quien Jesús amaba»; al margen de comprobar otra vez como a cada nuevo evangelio se va doblando la cantidad de testigos, la elección de estos dos hombres no es casual. Pedro debía aparecer puesto que antes lo había situado Lucas en la escena, pero el otro tenía que figurar también dado que se trataba de la fuente de quien supuestamente partía ese relato.
     El autor del Evangelio de Juan no fue el apóstol Juan, sino el griego Juan «el Anciano»  que se basó en las memorias del judío Juan el Sacerdote, el «discípulo querido». En los versículos de Juan se presenta a Juan el Sacerdote corriendo hacia el sepulcro junto a Pedro, pero ganándole la carrera, que por algo éste es su texto particular, con lo que quedaba sutilmente valorado por encima de Pedro. Juan fue el primero en ver la tela del sudario pero, sin embargo, fue Pedro quien entró por delante en la sepultura; la razón para ello es bien simple: dado su oficio sacerdotal, Juan, para no adquirir impureza, no podía penetrar en el sepulcro hasta saber con certeza que allí ya no había ningún cadáver; cuando Pedro se lo confirmó, él también entró «vio y creyó». Al igual que ocurre en toda la Biblia, las motivaciones humanas de los escritores dichos sagrados son tan poderosas y visibles que oscurecen cuantos rincones se pretenden llenos de luz divina.                                                                   
     Repasando lo que se dice en el Nuevo Testamento acerca de la actitud de los discípulos frente a la resurrección de Jesús volvemos quedar sorprendidos ante la incredulidad que demuestran éstos al recibir la noticia. En Mt 27,63-64, tal como ya pudimos leer, se dice que era tan notorio y conocido por todos que Jesús había prometido resucitar al tercer día que el Sanedrín forzó a Pilato a poner guardias ante el sepulcro y a sellar su entrada. Y en Lucas se refresca la memoria de las mujeres desconsoladas ante la sepultura vacía diciéndoles: «Acordaos cómo os habló [Jesús] estando aún en Galilea, diciendo que el Hijo del hombre había de ser entregado en poder de pecadores, y ser crucificado, y resucitar al tercer día» (Lc 24,7).
    Todos estaban, pues, advertidos, pero a los apóstoles, según sigue diciendo Lc24,l 1, «les parecieron desatinos tales relatos [el sepulcro vacío que habían encontrado las mujeres] y no los creyeron». Las mujeres de Mc 16,8 «a nadie dijeron nada» aunque a renglón seguido María Magdalena se lo contaría a los apóstoles que «oyendo que vivía y que había sido visto por ella, no lo creyeron» y, a más abundamiento, «Después de esto se mostró en otra forma a dos de ellos [apóstoles] que iban de camino y se dirigían al campo. Éstos, vueltos, dieron la noticia a los demás; ni aun a éstos creyeron» (Mc 16,12-13). En Juan, Pedro y Juan el Sacerdote «aún no se habían dado cuenta de la Escritura, según la cual era preciso que Él resucitase de entre los muertos» (Jn 20,9).
    A Pedro, en especial, se le presenta en los Evangelios rechazando con vehemencia la posibilidad de la pasión y recibiendo por ello un durísimo reproche de parte de Jesús, pero ¿cómo podía seguir mostrándose incrédulo ante la noticia de la resurrección de su maestro alguien que había visto fielmente cumplidos los vaticinios de Jesús acerca de su detención y muerte así como el que advertía que él mismo le negaría tres veces? Resulta ilógico pensar que apóstoles, que habían sido testigos directos de los milagros que se atribuyen a Jesús, entre ellos el de la resurrección de la hija de Jairo, jefe de la sinagoga judía gerasena, y la de Lázaro, no pudiesen creer que su maestro fuese capaz de escapar de la muerte tal corno tan repetidamente había anunciado si hemos de creer en los versículos siguientes:                                    
    En Mc 8,31 Jesús, reunido con sus apóstoles, «Comenzó a enseñarles cómo era preciso que el Hijo del hombre padeciese mucho, y que fuese rechazado por los ancianos y los príncipes de los sacerdotes y los escribas, y que fuese muerto y resucitara después de tres días. Claramente se hablaba de esto». Mientras todos estaban atravesando el lago de Galilea, según Mc 9,30-32, Jesús «iba enseñando a sus discípulos y les decía: El Hijo del hombre será entregado en manos de los hombres y le darán muerte, y muerto, resucitará al cabo de tres días. Y ellos no entendían esas cosas, pero temían preguntarle». La tercera predicción de Jesús acerca de su inminente pasión figura en Mc 10,33-34 cuando se dice: «Subimos a Jerusalén, y el Hijo del hombre será entregado a los príncipes de los sacerdotes y a los escribas, que le condenarán a muerte y le entregarán a los gentiles, y se burlarán de Él y le escupirán, y le azotarán y le darán muerte, pero a los tres días resucitará.» Y en Mc 14,28-29, mientras se dirigían hacia el monte de los Olivos, encontramos a Jesús afirmando: «Pero después de haber resucitado os precederé a Galilea».
    La inexplicable incredulidad de los apóstoles ante la noticia de la resurrección de Jesús resulta aún mucho más alarmante cuando leemos el testimonio de Mateo acerca del suceso que siguió a la muerte del mesías judío: «Jesús, dando de nuevo un fuerte grito, expiró. La cortina del templo se rasgó de arriba abajo en dos partes, la tierra tembló y se hendieron las rocas; se abrieron los monumentos, y muchos cuerpos de santos que dormían, resucitaron, y saliendo de los sepulcros, después de la resurrección de Él, vinieron a la ciudad santa y se aparecieron a muchos. El centurión y los que con él guardaban a Jesús, viendo el terremoto y cuanto había sucedido, temieron sobremanera y se decían: Verdaderamente, éste era el hijo de Dios...» (Mt 27,50-54).
    Ante este testimonio inspirado de Mateo sólo caben dos conclusiones: o el relato es una absoluta mentira, con lo que también se convierte en una invención el resto de la historia de la resurrección, o la humanidad de esa época presentaba el nivel de cretinez más elevado que jamás pueda concebirse. Una convulsión como la descrita no sólo hubiese sido la «noticia del siglo» a lo largo y ancho del Imperio romano sino que, obviamente, tendría que haber llevado a todo el mundo, judíos y romanos incluidos, con el sumo sacerdote y el emperador al frente, a peregrinar ante la cruz del suplicio para aceptar al ejecutado como el único y verdadero «hijo de Dios», tal como supuestamente apreciaron, con buen tino, el centurión y sus soldados; pero en lugar de eso, nadie se dio por aludido en una sociedad hambrienta de dioses y prodigios, ni cundió el pánico entre la población —máxime en una época en la que buena parte de los judíos esperaban el inminente fin de los tiempos, cosa que también había creído y predicado el propia Jesús—, ni tan siquiera logró que los apóstoles sospechasen que allí estaba a punto de suceder algo maravilloso y por eso les pilló como fuera de juego la nueva de la resurrección. Es el colmo de los colmos del absurdo.                                                                   
    Además, ¿cómo no iban a llamar la atención y despertar la alarma los muchos santos que, según Mateo, salieron de sus tumbas y se pasearon por Jerusalén entre sus moradores? Unos santos de los que, por cierto, no se dice quiénes eran (ni la razón de su santidad), ni quiénes los reconocieron como tales, ni a quiénes se aparecieron y que, tal como expresa el texto, resucitaron antes que el propio Jesús, con lo que se invalida absolutamente la doctrina de que la resurrección de los muertos llegó sólo a consecuencia (y después) de la protagonizada por Jesús. Los santos resucitados de Mateo acabaron por convertirse en un buen problema para la Iglesia.



    Si, hartos de tanta contradicción, intentamos descubrir algún indicio sobre el fundamento de la resurrección, nos meteremos de nuevo en medio de otro mar de dudas distinto y no menos insalvable. Es creencia común entre los cristianos actuales que Jesús posee el poder de resucitar a los muertos en el día del Juicio Final pero, sorprendentemente, ni Mateo, ni Marcos, ni Lucas dijeron palabra alguna a este respecto ¿no se habían enterado de tan buena nueva?, sólo el místico y esotérico Juan, en la primera década del siglo II d.C., vino a llenar este incomprensible vacío con versículos como los siguientes: «Porque ésta es la voluntad de mi Padre, que todo el que ve al Hijo y cree en El tenga la vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día» (Jn 6,40); «Nadie puede venir a mí si el Padre, que me ha enviado, no le trae, y yo le resucitaré en el último día» (Jn 6,44); o «El que come mi carne y bebe mi sangre tiene la vida eterna y yo le resucitaré el último día» (Jn 6,54). Lucas, cuando escribió los Hechos de los Apóstoles, tampoco mostró que su jefe Pablo estuviese convencido del papel a jugar por Jesús respecto a la resurrección final, ya que cuando el apóstol de los gentiles se halló delante del procurador romano le dijo: «Te confieso que sirvo al Dios de mis padres con plena fe en todas las cosas escritas en la Ley y en los Profetas, según el camino que ellos llaman secta, y con la esperanza en Dios que ellos mismos tienen de la resurrección de los justos y de los malos...» (Act 24,14-15). Pablo, como judío, reservaba a Dios la capacidad de resurrección, no al Jesús divinizado o a cualquier otro.
    Pero, por mucha fe que se le ponga, resulta de nuevo imposible obviar las disparidades que aparecen en el Nuevo Testamento cuando se relata el hecho memorable —según cabe suponer— de la aparición de Jesús ya resucitado a los apóstoles.
    En Mateo, después que las dos Marías encontraran el sepulcro vacío y se dirigieran corriendo a comunicarlo a los discípulos, «Jesús les salió al encuentro, diciéndoles: Salve. Ellas, acercándose, asieron sus pies y se postraron ante El. Díjoles entonces Jesús: No temáis; id y decid a mis hermanos que vayan a Galilea y que allí me verán» (Mt 28,9); y el relato concluye diciendo que «Los once discípulos se fueron [desde Jerusalén] a Galilea, al monte que Jesús les había indicado, y, viéndole, se postraron, aunque algunos vacilaron, y acercándose Jesús, les dijo: Me ha sido dado todo el poder en el cielo y en la tierra...» (Mt 28,16-18).                                          
    En Marcos, «Resucitado Jesús la mañana del primer día de la semana, se apareció primero a María Magdalena. (...) Ella fue quien lo anunció a los que habían vivido con Él...» (Mc 16,9-10); «Después de esto se mostró en otra forma a dos de ellos que iban de camino y se dirigían al campo» (Mc 16,12); ya en Galilea (se supone) «Al fin se manifestó a los once, estando recostados a la mesa, y les reprendió su incredulidad...» (Mc 16,14); y, finalmente, «El Señor Jesús, después de haber hablado con ellos, fue levantado a los cielos y está sentado a la diestra de Dios» (Mc 16,19).                                 
    En Lucas, «El mismo día [domingo, tras el descubrimiento de la sepultura vacía], dos de ellos iban a una aldea (...) llamada Emaús, y hablaban entre sí de todos estos acontecimientos. Mientras iban hablando y razonando, el mismo Jesús se les acercó e iba con ellos, pero sus ojos no podían reconocerle. (...) Puesto con ellos a la mesa, tomó el pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio. Se les abrieron los ojos y le reconocieron, y desapareció de su presencia» (Lc 24,13-31), después de esto «En el mismo instante se levantaron, y volvieron a Jerusalén y encontraron reunidos a los once y a sus compañeros, que les dijeron: El Señor en verdad ha resucitado y se ha aparecido a Simón. Y ellos contaron lo que les había pasado en el camino y cómo le reconocieron en la fracción del pan. Mientras esto hablaban, se presentó en medio de ellos y les dijo: La paz sea con vosotros. (...) Le dieron un trozo de pez asado, y tomándolo, comió delante de ellos» (Lc 24,33-43); finalmente, «Los llevó cerca de Betania, y levantando sus manos, les bendijo, y mientras los bendecía se alejaba de ellos y era llevado al cielo» (Lc 24,50-51).
    En Juan, mientras María Magdalena permanecía fuera del sepulcro llorando «se volvió para atrás y vio a Jesús que estaba allí, pero no conoció que fuese Jesús. (...) María Magdalena fue a anunciar a los discípulos: "He visto al Señor" y las cosas que había dicho» (Jn 20,14-18). «La tarde del primer día de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se hallaban los discípulos por temor de los judíos, vino Jesús y, puesto en medio de ellos...» (Jn 20,19). «Pasados ocho días, otra vez estaban dentro los discípulos (...) Vino Jesús, cerradas las puertas, y, puesto en medio de ellos...» (Jn 20,26). «Después de esto se apareció Jesús a los discípulos junto al mar de Tiberíades, y se apareció así: Estaban juntos Simón Pedro y Tomás, llamado Dídimo; Natanael, el de Caná de Galilea, y los de Zebedeo, y otros dos discípulos. Díjoles Simón Pedro: Voy a pescar. (...) Salieron y entraron en la barca, y en aquella noche no pescaron nada. Llegada la mañana, se hallaba Jesús en la playa; pero los discípulos no se dieron cuenta de que era Jesús. (...) Él les dijo: Echad la red a la derecha de la barca y hallaréis. La echaron, pues, y ya no podían arrastrar la red por la muchedumbre de los peces (...) Jesús les dijo: Venid y comed...» (Jn 21,1-12).
    Según los Hechos de los Apóstoles de Lucas, Jesús apareció ante sus apóstoles durante nada menos que cuarenta días: «Después de su pasión, se presentó vivo, con muchas pruebas evidentes, apareciéndoseles durante cuarenta días y hablándoles del reino de Dios» (Act 1,3) y, al fin «fue arrebatado a vista de ellos, y una nube le sustrajo a sus ojos» (Act 1,9).
    Pero Pablo, por su parte, complicó aún más la rueda de apariciones cuando testificó que «lo que yo mismo he recibido, que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado, que resucitó al tercer día, según las Escrituras, y que se apareció a Cefas, luego a los doce. Después se apareció una vez a más de quinientos hermanos, de los cuales muchos permanecen todavía, y algunos durmieron; luego se apareció a Santiago, luego a todos los apóstoles; y después de todos, como a un aborto, se me apareció también a mí» (I Cor 15,3-8).
    Tomando en cuenta los denodados esfuerzos —con milagros incluidos— que había hecho Jesús, durante su vida pública, para intentar convencer de su mensaje a las masas, ¿no resulta increíble que se apareciera solamente ante sus íntimos y no ante todo el pueblo o el procurador Pilato que le ajustició, despreciando así su mejor oportunidad para convertir a todo el Imperio romano de una sola vez? Por otra parte, si repasamos lo dicho en todos estos testimonios inspirados que acabamos de exponer, tal como lo resumimos en el cuadro que insertaremos seguidamente, deberemos convenir que no es creíble en absoluto que un suceso tan fundamental como éste se cuente de tantas formas diferentes y que cada autor sagrado haga aparecer a Jesús las veces que le venga en gana y en los lugares y ante los testigos que se le antojen.              
    Los machistas Lucas y Pablo excluyen a María Magdalena de entre los privilegiados testigos de las apariciones de Jesús mientras que para los otros es la primera en verle. Las apariciones en el camino cerca de Jerusalén sólo figuran en Marco y en Lucas (que toma el dato de éste) y aportan contextos muy diferentes.                                                             
    La presencia de Jesús ante sus apóstoles cuando aún estaban en Jerusalén es relatada por Lucas, Juan y Pablo, que no conocieron a Jesús ni fueron discípulos suyos, pero inexplicablemente la omiten quienes se supone que estaban allí, eso es el apóstol Mateo y Pedro (cuyas memorias originan el texto de Marcos).                                                                
    Las apariciones de Jesús en Galilea solo figuran en Mateo, Marcos y Juan, pero fueron situadas, respectivamente, en escenas y comportamientos absolutamente diversos que acontecieron en lo alto de una montaña, alrededor de una mesa y pescando en el lago Tiberíades (¡¿ ?!).
    Lucas afirmó que hubo apariciones durante cuarenta días o un día, según qué texto suyo se lea, y su maestro Pablo perdió toda mesura y compostura en su texto de I Cor 15,3-8, donde se cita a Jesús presentándose tanto a discípulos solos como a grupos de «quinientos hermanos». Por último, sólo en Marcos y en Lucas —que no fueron escritos por apóstoles— se dice que Jesús fue «levantado a los cielos», aunque, lógicamente, también se presentó el hecho en circunstancias sustancialmente distintas.
    Dado que el más elemental sentido común impide creer que un evangelista hubiese dejado de enumerar ni una sola de las apariciones de Jesús resucitado, los vacíos y contradicciones tremendas que se observan sólo pueden deberse a que esos relatos fueron una pura invención destinada a servir de base al antiguo mito pagano del joven dios solar expiatorio que resucita después de su muerte, una leyenda que, como ya mostramos, se aplicó a Jesús sin rubor alguno.
    Puestos a observar incongruencias, también aparecen ciertas dudas razonables cuando calculamos el tiempo que permaneció muerto Jesús. Si, tal como testifican los evangelistas, Jesús fue depositado en su sepulcro a finales de la tarde de un viernes —o de la noche, pues en Lc 23,54 se dice que «estaba para comenzar el sábado»— y el domingo «ya para amanecer» (Mt 28,1) Jesús había desaparecido del «monumento» debido a su resurrección en algún momento concreto que se desconoce, resulta que el nazareno no estuvo en su tumba más que unas seis horas, como máximo, el viernes, todo el sábado y otras seis horas o menos el domingo; eso hace un total de unas treinta y seis horas, un tiempo récord que es justo la mitad de las horas que debería haber pasado muerto para poder cumplirse adecuadamente la profecía que el propio Jesús había hecho a sus apóstoles al decirles que «El Hijo del hombre será entregado en manos de los hombres y le darán muerte, y muerto, resucitará al cabo de tres días» (Mc 9,31).       
    Por si algún cristiano piadoso quisiere defenderse como gato panza arriba argumentando que viernes, sábado y domingo, aunque no fueran completos, ya son los «tres días» profetizados, será obligatorio recordar la respuesta que dio Jesús en Mt 12,38-40: «Entonces le interpelaron algunos escribas y fariseos, y le dijeron: Maestro, quisiéramos ver una señal tuya. Él, respondiendo, les dijo: La generación mala y adúltera busca una señal, pero no le será dada más señal que la de Jonás el profeta. Porque, como estuvo Jonás en el vientre del cetáceo tres días y tres noches, así estará el Hijo del hombre tres días y tres noches en el corazón de la tierra.» Es evidente, pues, que el tiempo de permanencia en el sepulcro, antes de resucitar, debía ser de tres días completos con sus respectivas noches.
    Jesús, por tanto, no resucitó a los tres días de muerto sino al cabo de un día y medio, con lo que no pudo validarse a sí mismo mediante la «señal de Jonás», puesto que incumplió su reiterada promesa por exceso de rapidez. Aunque, en cualquier caso, dejó constancia de su gloria y poder al vencer en su propio mito a su oponente el dios Mitra, que ése sí tuvo que pasarse tres días enteros dentro de su tumba antes de poder resucitar.
    En el caso de que la resurrección de Jesús hubiese sido un hecho cierto, cosa que este autor no tiene el menor interés en negar por principio, resulta absolutamente evidente que tal prodigio no aparece acreditado en ninguna parte de las Sagradas Escrituras; cosa bien lamentable, por otra parte, ya que no se aborda esta cuestión —ni nada que se le relacione, aunque sea remotamente— en ningún otro documento contemporáneo ajeno a los citados.


miércoles, 4 de abril de 2012

LO QUE QUIERE HACERNOS CREER EL CRISTIANISMO






               Con este ensayo voy a tratar de exponer una serie de cuestiones que yo denomino las creencias anexas del cristianismo. Todos sabemos cuales son las creencias mayormente pregonadas por los cristianos de cualquiera de sus más de 32.000 diferentes confesiones, principalmente es la aceptación de Jesús como hijo de dios, la creencia en su resurrección, la aprobación del nuevo testamento como texto inspirado por dios, la afirmación de una vida posterior a la terrenal según designios divinos, la salvación eterna por medio de la fe, el compromiso de vivir de acuerdo con unos preceptos religiosos según exijan cada una de las comunidades…. Etc, etc, etc.
                Todo esto es de sobra conocido, todos nacemos en un contexto cultural-religioso-social determinado, y a lo largo de nuestra vida quedamos impregnados en mayor o menos medida de esos conceptos que a través de los siglos se han ido implementando en la sociedad que nos toca vivir. Por eso, y teniendo en consideración que  afortunadamente vivimos en la sociedad occidental que mayoritariamente es cristiana, tanto los posibles lectores de este escrito, como yo mismo, conocemos y somos conscientes de todas las diferentes creencias que derivan de esa primitiva secta judía esenia que al principio de nuestra era, fundó el tan conocido Jesucristo. Lo que es, dice o hace el cristianismo, por tanto, nos incumbe en alguna medida a todos, ya que resulta imposible sustraerse a su influjo cultural tras casi dos milenios de predominio absoluto de su espíritu y sus dogmas en el proceso de conformación de mentes, costumbres, valores morales y hasta legislaciones.
                Pero en este estudio quiero ir un poco más allá, no deseo entrar (de momento y solo por este escrito, en posteriores me comprometo a analizarlo), en disquisiciones teológicas ni en conceptos demasiado elevados. Quiero entrar en aquellas creencias que se derivan de la propia creencia, sin hacer apología ni en contra ni a favor de las creencias principales. Y como la mejor manera de explicar lo que pretendo es poniendo ejemplos claros que vayan alumbrando el camino, empezaremos a entrar en materia.

                La primera vez que hable con un mormón quedé gratamente impresionado, me hallaba frente a un par de chicos jóvenes correctísimamente vestidos, que aún siendo estadounidenses hablaban mi idioma con gran fluidez, que tenían fuertes convicciones en su doctrina y una escala de valores muy sana y que además poseían grandes conocimientos de las escrituras. Pero claro, llego el momento en el que me presentaron su libro del mormón, y ahí apareció mi lado escéptico que todo lo pone en duda, porque lo que ellos pretendían era que creyera simplemente por que así lo creían y decían ellos, que a un acusado de estafas varias como era su fundador Joseph Smith se le aparecieron en diferentes ocasiones dios, Jesús, Juan, Pedro y Santiago y que todos estos santos le conminaron a instaurar y reestablecer la verdadera iglesia que Jesús había fundado al principio de nuestra era. ¿Pruebas?, ninguna, simplemente lo dicen ellos. Y por si fuera poco resulta que en una de sus últimas visiones, se le apareció el ángel Mormoni, que es al mismo tiempo hijo del profeta Mormón y le indicó donde estaban escondidas unas planchas de oro que contenían las profecías de su padre integrante de la tribu perdida de Israel que según ellos viajaron a América 600 años antes de nuestra era y son el origen de los pobladores amerindios que encontraron los europeos cuando llegaron al continente. Estas planchas de oro estaban escritas en un lenguaje incomprensible, así que el ángel le dio a Joseph Smith dos piedras con las que según parece pudo traducir su contenido y reflejarlo en el libro del mormón, que entre muchas otras inverosimilitudes afirma que el mismo Jesús una vez resucitado no ascendió directamente al cielo, si no que antes se dio una vuelta por tierras estadounidenses a predicar la buena nueva. ¿Pruebas?, de nuevo ninguna pues el ángel vino a llevarse las planchas y las piedras que para eso eran sagradas. Claro, lo que me piden los mormones que me crea es tal cúmulo de sinrazones y fabulismos que por mucho que me esfuerce no me permite que se me aguante la risa floja.
                A estas “cositas” son a las que me refiero con creencias añadidas, de hecho podríamos coger cualquiera de las diferentes confesiones cristianas e ir a su origen para descubrir como nacieron, y os puedo asegurar que sin entrar en debates sobre las posteriores creencias dogmáticas que cada una de ellas tenga, todas tienen unos comienzos, todas surgen de una manera tan “humana” y en la mayoría de las ocasiones tan ridícula que cuando quieren proclamar su evangelización y se visten de guardianas fidedignas del mensaje del evangelio, a mí al menos siempre se me escapa la risa.



                Creo, por experiencia propia, que de lo primero que hay que despojarse es precisamente de al menos parte de esa pátina de la que hablábamos antes y que durante dos milenios nos ha creado la influencia cultural en una fe que consideramos parte de nuestra existencia. Todos somos, directa o indirectamente, educados según unos parámetros religiosos que nuestra familia da por buenos por el simple hecho de tradición cultural, y esa es la única causa de que nos creamos a una religión en particular y desechemos al resto considerándolas mitos o leyendas. La inmensa mayoría de la gente es creyente en una determinada religión, simplemente por una cuestión cultural, si naces en España probablemente serás católico, si naces en la India a ciencia cierta serás hindú, si hubieras nacido en Kuwait seguramente profesarías la fe musulmana, en Japón tendrías muchas posibilidades de ser budista, etc. Y claro, nunca investigas las raíces que dan origen a la religión que culturalmente te toca en suerte, simplemente las das por buenas, puesto que en ellas eres educado desde niño. Así que vamos a investigar un poco los orígenes del cristianismo para ver un poco de lo que nos quiere hacer creer, y que si en vez de ser nuestra religión cultural fuese la religión de otra cultura actual o de alguna cultura ya desaparecida, veríamos como increíble y probablemente irrisoria.
Cuando hablas con un cristiano y le mencionas o citas algún texto del antiguo testamento (a.t. desde ahora) de esos que tanto abundan y que les harían sonrojarse de vergüenza, inmediatamente te citarán dos pasajes del nuevo testamento (n.t. desde ahora) que son Heb 1,1-3 y I Cor 14 y 15, con los cuales te explicarán como el n.t. es la plenitud, el cumplimiento del a.t. que no fue más que la preparación para el verdadero mensaje de dios a la humanidad que nos otorgó por medio de su hijo. Esta es una de las primeras piedras de molino que el cristianismo hace tragar a los creyentes, lo que vienen a decir es que dios durante más de veinticinco siglos engañó a su propio pueblo elegido ocultándole por un lado su mensaje de salvación y por otro lado velándole el hecho de que ese mensaje no sería de exclusividad suya sino algo para toda la humanidad. Porque lo que implica la aceptación del cristianismo como religión inspirada es ni más ni menos que a pesar de las múltiples alianzas que dios hizo con su pueblo, las conversaciones directas que tuvo con Noé, Moisés, Abraham, Isaías, Jacob, David, Daniel, Ezequiel…. ó cualesquiera de los profetas y personajes principales del a.t. que hasta ese momento eran intermediarios directos, por obra y gracia de un par de escritos de un judío recién convertido tras la caída de su caballo de nombre Saulo y con más que palpables muestras de desordenes mentales, todos estos grandes elegidos por el mismísimo dios no pasan de ser algo así como sirvientes primarios, como una especie de experimento. Lo que el cristianismo quiere hacernos creer desde el mismo principio de su nacimiento es que dios, sabiendo como sabe todo de antemano, ocultó a su pueblo el futuro nacimiento de su propio hijo hecho hombre y con un mensaje de salvación, les obligó a odiar a las naciones vecinas cometiendo auténticos hechos genocidas y manteniendo toda clase de actitudes xenófobas con cualquier pueblo con el que se cruzaban para después encarnado en la persona de su hijo predicar lo contrario, dio a su pueblo una imagen de su personalidad y de sus innumerables atribuciones divinas y después las modifica en el n.t., les coaccionó al cumplimiento severo e irrenunciable de multitud de leyes, normas y rituales exclusivos todo ello dictado por su propia boca y con la llegada del cristianismo quedan derogadas por inútiles, el mismísimo dios crea toda una serie de castas sacerdotales y con su llegada a la tierra en la persona de su hijo esos sacerdotes son considerados falsos y herejes, y a pesar de que durante más de 2.500 años su contacto con la humanidad y todas sus promesas se reservan en exclusividad únicamente para su pueblo al que incluso obliga a cortarse un trozo de su prepucio para que así sea reconocido y como prueba de la alianza mutua, resulta que llega el cristianismo y nos dice que de exclusividades nada, que el mensaje de dios es para toda la humanidad.
                Si esta enorme contradicción nos la dijeran de cualquier otra religión diferente a la cristiana, ¿qué pensaríamos de dicha creencia? ¿Si alguien de otra creencia diferente a la cristiana nos presentase un dios tan cambiante, que pensaríamos con respecto a ese dios? Pues los cristianos según parece no ven o no quieren ver ninguna contradicción en todo esto y todavía no me he encontrado con alguno al que le cueste tragar con este dislate. Aquí de he confesar que gran parte de su culpa no es directa de los cristianos, sino de la forma en que cada confesión religiosa hace evangelización de la propia biblia, puesto que o bien no fomentan su lectura y los creyentes de su iglesia solo conocen una serie de textos repetidos año tras año en las diferentes liturgias, o si estimulan las lecturas bíblicas enseguida las encorsetan en estudios evangélicos con los que ya se encargan de encauzar los textos más propicios y de pasar de puntillas o disimular en todas las partes escabrosas.
De cualquiera de las maneras y para terminar con aquello que tenga alguna referencia con el a.t., hay otra “cosita” que llama mucho la atención y que la religión cristiana nos quiere hacer creer sin ningún tipo de prueba, se trata del mismo contenido del a.t. en relación a los textos del judaísmo. Si le preguntas a cualquier cristiano sobre las dos divisiones de sus libros, te dirán que el n.t. es la historia de la vida, obra y mensaje de Jesús y los escritos que conforman el génesis de sus creencias; y que el a.t. son los libros que los judíos utilizan y que estos son concordantes con los cristianos. Pero resulta que no es así, en la biblia se incorporan libros que el judaísmo no considera revelados. El libro de Tobías, el de Judit, fragmentos de Ester I y II, los libros de Macabeos, Sabiduría, Eclesiástico, Baruc y muchos fragmentos del libro de Daniel no están registrados en la biblia hebrea, la Tanaj, por lo cual no son admitidos por los judíos y existe controversia entre diferentes confesiones cristianas, aunque estas últimas si no los sitúan entre sus textos los contemplan como lecturas edificantes. Al contrario también ocurre, así los textos judaicos incluyen libros que el cristianismo ni siquiera conoce. Siendo el a.t. para los cristianos simplemente la historia del pueblo judío antes del advenimiento de su salvador ¿tanto cuesta el que al menos concuerden? Y como mi escepticismo me hace desconfiar de lo que veo raro eso me hace preguntarme ¿cuál es el motivo?, a lo mejor tiene algo que ver que los textos que contienen importantes variaciones y adiciones con respecto al texto canónico de la versión hebrea, sumados a estos libros interpuestos, el cristianismo los suele utilizar como prueba de que su Jesús es el mesías esperado, pero vamos yo solo me atrevo a pensar que tal vez sea por eso, solo pienso que a lo mejor…..



También me llama mucho la atención otro dislate incomprensible que te tienes que creer si eres cristiano y que además la inmensa mayoría de los cristianos o no la conoce o no le da la importancia que a mi modo de ver considero que tiene muy difícil justificación. Pongámonos por un momento en situación desde el punto de vista de un cristiano. No puede existir acontecimiento de mayor importancia para la humanidad que el hecho que ellos dan por seguro y creíble, de que el mismo dios se hace hombre y viene a vivir entre nosotros en forma humana y en la figura de su hijo Jesús. Pero no solo eso sino que además dios mismo, encarnado en su hijo viene a la tierra a traer a los hombres el mensaje salvador de toda la humanidad, la buena nueva que nos dará vida eterna y eso se realizará con el colofón de la muerte y resurrección del mismo dios que así nos librará del pecado original que es la fuente de nuestra condenación. ¿Hay alguna posibilidad de que haya existido en la historia de la humanidad un hecho de tal magnitud? Creo que desde el prisma cristiano la respuesta está bien clara, pero he aquí que dios se hace carne y hecho hombre parece ser que a la escuela fue más bien poco, puesto que nos salio algo analfabeto, o al menos con pocas ganas de escribir. Por que  resulta que este hombre-dios viniendo a habitar entre nosotros y trayéndonos el mensaje salvífico de mayor importancia de la humanidad, pasa por este valle de lágrimas y no se digna en escribir una sola línea de su doctrina. Se hace rodear por una serie de discípulos y salvo dos, al resto los escoge también analfabetos con lo que esto supone de imposibilidad de que dejen constancia y testimonio escrito de sus palabras, pero es que a los que si tenían conocimientos de escritura ni les ordena o siquiera insta para que escriban su mensaje de salvación. A resultas de esto ese hombre-dios vive en la tierra por un periodo aproximado de 33 años y ni él ni nadie de su entorno directo es capaz de tomar una sola nota y eso que la escritura ya se conocía en la zona desde hacía más de tres mil quinientos años. Muere, resucita y asciende al cielo y este personaje que parece tan consciente de su misión y de la importancia de su mensaje no deja NADA tras de sí que pueda ser utilizado como documento testimonial de su obra.
Pero lo más curioso es descubrir lo que si fue escrito, resulta que los primeros escritos cristianos son las cartas de Pablo el converso que no empieza a escribir hasta el año 68-70 de nuestra era, por lo que nos encontramos que lo que intenta hacernos creer el cristianismo es, que puede quedar algún tipo de veracidad y de realidad en unos escritos que narran hechos acaecidos en el mejor de los casos 35 años antes de ser compilados y que por añadidura son escritos por personas que ni conocieron, ni presenciaron, ni fueron testigos de ninguno de los hechos o palabras que transcriben.
Marcos escribe un evangelio, pero él no fue discípulo, todo lo que escribe lo hace de oídas de Pedro. Lucas escribe un evangelio y el libro de los hechos, pero él tampoco fue apóstol y todo lo que escribe lo hace transcribiendo copias hechas de traducciones sueltas y de lo que le narra Pablo, Mateo es el único autor evangélico que si fue apóstol pero la mayor parte de su escrito lo hace con los documentos de Marcos, y por último Juan escribe un evangelio y el Apocalipsis, pero este Juan no es el discípulo sino un tal Juan el anciano que realiza sus escritos basándose en  los recuerdos que obtuvo de otro Juan llamado el sacerdote y que probablemente es el “apóstol querido” que sale en la biblia. La parte más dogmática de los escritos cristianos es la que corresponde a Pablo, que no solo no conoció a Jesús, sino que además termina por imponer una serie de doctrinas totalmente ajenas al mensaje primigenio de Jesús. Nos quedan los escritos de Pedro que son dos cartas y una epístola de Santiago y de las que hay bastantes dudas sobre su autenticidad. O sea que el cristianismo quiere hacernos creer por una parte, que nadie siente la necesidad de dejar por escrito absolutamente nada ni de lo acontecido ni de lo revelado mediante la palabra de dios, al menos hasta que ya todos los testigos directos hubieran muerto o se encontrasen en la edad anciana y con más que probables problemas de memoria, y por otro lado que los más indicados para hacerlo como serían Pedro, piedra sucesora del mesías, y Santiago, hermano de Jesús, son los que menos aportan al cristianismo escrito, por paradójico que parezca, es obvio que entre los redactores neotestamentarios prevaleció una norma bien extraña: cuanto más cercanos a Jesús se encontraban, menos escritos suyos se aportaron al canon y viceversa. Francamente absurdo y sospechoso que más del 80% del nuevo testamento este redactado por santos varones que jamás conocieron directamente a Jesús ni los hechos y dichos que certifican.


domingo, 1 de abril de 2012

ETICA Y MORAL




                Uno de los argumentos más falaces y miserables que utiliza la religión para intentar denostar e invalidar las posturas no religiosas, es el utilizar la ética y la moral como refugio de su ideario y presentarse como salvaguardas de una serie de valores, los cuales sin su control y dogmatismo harían a los humanos poco menos que fieras anárquicas sin control ni mesura en sus más bajos instintos.
                Esa argumentación, es sibilinamente utilizada para intentar retratar al no creyente como una criatura diabólica, ajena y contraria a cualquier tipo de ética o norma moral, es el intento ruin de presentar a los que no somos religiosos como una especie de diablillos que vendemos nuestra alma al diablo y que intentamos desprestigiar la fe como camino a la destrucción de las creencias de los “buenos” y “ejemplares” creyentes y seguidores de una serie de dogmatismos que imponen una ética y una moral al mejor estilo dictatorial del pensamiento único.
                Por eso, porque en el mismo momento en el que un creyente intenta utilizar la ética y la moral como argumentación que valide sus valores, autocomplaciéndose en la instalación de sus manifestaciones uno o varios peldaños más arriba que los que pudiese tener un no creyente, es por lo que considero que sobrepasan la línea de la cortesía. El simple hecho de proclamarse salvaguardadores de algún tipo de valores éticos y morales, despreciando la posibilidad de que un ser humano pueda ser altamente moral y con sólidos y profundos valores de ética sin necesidad de subyugarse a ningún tipo de deidad, hace que caigan en una prepotencia intelectual que me molesta profundamente, puesto que desde esa presuntuosa superioridad moral no hacen otra cosa que prostituir cualquier escala de valores, asignándose para si mismos la mayor capacidad intelectual de comprensión ética y dejando al resto de la humanidad en escalones inferiores de los preceptos morales.
                Como castigo a esa altivez con la que intentan fustigar de manera prepotente a los que no comulgan con su moral, (cuando lo primero que deberían aprender es la distinción que existe entre moral y moralina), y como ya me he leído y he visto en demasiadas ocasiones esa puñalada trapera que intenta hacer parecer al incrédulo como un ser inferior, creo que la respuesta ha de realizarse de manera contundente, primero con argumentaciones que no dejen lugar a la duda de donde esta la propiedad, la posesión de los valores humanos y en segundo lugar con la contundencia necesaria , la demostración de su propio cinismo y su conveniente falta de ética y moral y de la deformación que aplican a sus valores para provecho propio.

Empecemos por definir la ética y la moral:

Moral: Son las reglas o normas por las que se rige la conducta de un ser humano en concordancia con la sociedad y consigo mismo. La palabra «moral» tiene su origen en el término latino mores, cuyo significado es ‘costumbre’. Moralis (< latín mos = griego ‘costumbre’). Por lo tanto «moral» no acarrea por sí el concepto de malo o de bueno. Son, entonces, las costumbres las que son virtuosas o perniciosas. De hecho, en la mayor parte de los diccionarios y enciclopedias que he consultado una de sus definiciones más concordante es: “Ciencia que trata del bien en general, y de las acciones humanas en orden a su bondad o malicia.”
Ética: Ciencia que estudia las acciones humanas en cuanto se relacionan con los fines que determinan su rectitud. En general toda ética pretende determinar una conducta ideal del hombre. Esta puede establecerse en virtud de una visión del mundo o de unos principios filosóficos o religiosos, que llevan a determinar un sistema de normas. Se divide en ética general, que estudia los principios de la moralidad, y la ética especial o deontología, que trata de los deberes que se imponen al hombre según los distintos aspectos o campos en que se desarrolla su vida.

Establecida la definición de la terminología que cualquiera puede encontrar en un diccionario o en “san google bendito”, pasemos a ver cual ha sido el camino que la ética y la moral han recorrido a través de la historia. Por simple deducción y utilizando la simple lógica podemos pensar sin temor a equivocarnos que en la prehistoria, desde el mismo momento en el que los seres humanos primitivos decidieron concentrarse en grupos, bien familiares o tribales, no tuvieron más remedio que imponerse toda una serie de preceptos y normas de convivencia que serían los ancestros más lejanos en el tiempo de lo que después convertiríamos en valores morales y de relación entre los individuos de un mismo grupo social y de intercambio con otros grupos de seres. De cualquiera de las maneras, las etapas prehistóricas son campo de los antropólogos y arqueólogos, que bastante trabajo tienen ya con buscar especimenes y catalogarlos correctamente como para que intentemos liarlos con consideraciones ético-morales que por falta de datos empíricos nunca podríamos establecer más allá de unos parámetros de tipo cultural.
Históricamente,  la moral comenzó a ser enseñada en forma de preceptos prácticos, tales como las Máximas de los siete sabios de Grecia, los Versos dorados de los poetas de Grecia; o bien en forma de apólogos y alegorías hasta que revistió carácter científico en las escuelas de Grecia y Roma. Podríamos remontarnos al primer documento que existe donde se da una valoración de las conductas y una serie de normas de convivencia entre los miembros de una comunidad. Se trata del Código de Hammurabi, que es el primer escrito (tallado en un bloque de basalto de unos 2,50 m de altura por 1,90 m de base y en lengua acadia) que se establece como el primer ejemplo del concepto jurídico de que algunas leyes son tan fundamentales que ni un rey tiene la capacidad de cambiarlas. Las leyes, escritas en piedra, eran inmutables. Ya aquí podemos ver una clara diferenciación de ética y moral religiosa y de normas y valores civiles, puesto que el rey Hammurabi al establecer este código de conducta y darle categoría de ley, les quita a los sacerdotes la facultad de administrar la justicia que hasta ese momento poseían y ejercían de forma arbitraria. Es muy interesante su lectura, sobre todo para darse cuenta de donde copiaron los antiguos hebreos los tan cacareados diez mandamientos y su famosa ley del Talión. También resulta muy curioso, y dice mucho de los preceptos ético-morales de las religiones monoteístas (basadas todas ellas en el antiguo testamento) como fueron capaces de reproducir todo lo despótico y autoritario que contiene el código, pero ignoraron los derechos de la mujer, los derechos en el matrimonio, los derechos de los menores, los derechos de los esclavos….
Pero vivimos en una cultura occidental, y nuestros dos pilares en los que se sostiene nuestro conocimiento y del que se derivan nuestros valores culturales y morales son: la Filosofía Griega y el Derecho Romano. 


La filosofía nace precisamente como contraposición a la religión, el Olimpo de dioses griegos no es el espejo más adecuado en el que el ser humano puede encontrar valores de convivencia ni modelos de conducta en los que verse reflejado ni que les sirvan de guía, empiezan a nacer toda una variedad de propuestas distintas sobre cómo entender el mundo y el lugar del hombre en él. A causa de los avances culturales y el intenso contacto con las culturas vecinas, las ciudades del mundo griego comenzaron a criticar a la tradicional concepción mitológica del mundo, y buscaron una concepción alternativa, natural y unificada. El hombre pasó a ser el centro de las reflexiones filosóficas. O como dijo Protágoras: “El hombre es la medida de todas las cosas, de las que son en tanto que son, y de las que no son en tanto que no son”. Así es como el hombre empieza a buscar respuestas más allá de concepciones místicas y religiosas:  Tales propuso que la materia fundamental de la cual todo se origina y todo está compuesto es el agua; Anaximandro asignó ese rol a lo indeterminado, y Anaxímenes al aire. Pitágoras y la escuela pitagórica, para quienes los números eran el principio determinante y estructura de toda la realidad, adelantándose de esta manera a un importante principio de la ciencia moderna. Heráclito, quien propone una visión dialéctica de la realidad y postuló como estructura de la realidad la razón (el logos). Anaxágoras de Clazomenas, postulará que es imposible que surja algo de donde no lo hay, sosteniendo que todo está en todo desde el principio. Demócrito con su atomismo expresó que todo está compuesto de unas partículas indivisibles e infinitamente pequeñas llamadas átomos de cuya agrupacion, a partir de átomos de diferentes formas y tamaño surge toda la realidad conocida, sin intervención de ninguna fuerza exterior y de manera mecánica….. Y llegamos al gran Sócrates que conversaba con otras personas y los llevaba por medio de una serie de preguntas a revelar las contradicciones inherentes a sus posturas (método mayéutico). Sus manifestaciones de independencia intelectual y su conducta no acomodada a las circunstancias, le valieron una sentencia de muerte por impiedad a los dioses y corrupción de la juventud. Su discípulo Platón fue el que nos lego el conocimiento filosófico socrático. Sus obras en forma de diálogos constituyeron un punto central de la filosofía occidental. A partir de la pregunta socrática de la forma «¿Qué es X?» (¿Qué es la virtud? ¿Qué es la justicia? ¿Qué es el bien?), Platón creó los rudimentos de una doctrina de la definición.


El otro pilar en el que se apoya la civilización occidental es el Derecho Romano, que nace también como contraposición a las conductas religiosas. El significado de la misma expresión identifica el Derecho Romano con los libros en donde se contenía dicho orden jurídico, es decir, el Corpus Iuris Civiles o Cuerpo de Derecho Civil, la expresión ius es la que se utiliza para señalar al derecho. Esta expresión se opone a la de fas, que designa a la voluntad divina. Esta clara delimitación entre derecho y religión es patente en testimonios que datan desde el s.IV a. C. El nacimiento del Derecho romano se debe entre otras causas a la división existente en la sociedad romana entre patricios y plebeyos, las tradiciones legales romanas estaban en manos de los patricios y todos los asuntos relacionados con lo que nosotros conocemos como derecho recaían sobre el Pontifex Maximus, evidentemente patricio, conociéndose como derecho pontifical. Los plebeyos desconocían como iban a ser juzgados exactamente y normalmente los patricios aplicaban la tradición pontifical según convenía a sus intereses. Es precisamente una revuelta de los plebeyos que encabezados por un tribuno de la plebe llamado Terentilo Arsa en el 462 a. C, fuerza al senado a enviar una comisión de diez magistrados a Atenas para conocer la legislación del gobernante griego Solón, inspirada por el principio de igualdad ante la ley. A la vuelta de esta comisión se realizó la elaboración del primer texto de Derecho, compilado en la llamada Ley de las XII Tablas, o ley de igualdad romana. La ley se publicó al principio en doce tablas de madera y, posteriormente, en doce planchas de bronce que se expusieron en el foro, así al estar las Leyes expuestas públicamente estaban libres de malas interpretaciones de sus custodios. Pues parece que anteriormente los pocos que conocían las Leyes las interpretaban manipulándolas a su favor. Estas Leyes para todos (los ciudadanos) fueron las bases del Imperio Romano pues todos estaban bajo las mismas en cualquier rincón del Imperio.

Y llego el cristianismo con su monoteísmo….. Siempre he dicho que es la mayor desgracia y desastre que haya podido sucederle al ser humano. Hasta ese momento las civilizaciones y diferentes culturas que servían de faro a diferentes pueblos y gentes eran totalmente abiertas en sus concepciones religiosas. Eran politeístas, por lo que en su propia definición cultural y religiosa estaba la aceptación de otros dioses diferentes a los suyos. Por ejemplo, ¿Qué podía importarle a un babilónico, que tenía una lista de más de 3.000 dioses propios, el que un pueblo siguiera una creencia o a un dios determinado? La historia nos muestra claramente como la libertad de culto y de creencias religiosas eran respetadas por los pueblos dominantes en todas las épocas. Así, Alejandro Magno conquistó casi todo el mundo conocido y si bien intento imponer la cultura griega a todos los rincones de su imperio, en cuestiones religiosas  se mostró totalmente abierto, en Egipto fue coronado faraón, en Persia, Mesopotamia, Fenicia y por todo el Asia central su forma de congratularse con los ciudadanos era la de ofrecer ofrendas a los dioses locales y reconstruir sus templos. La misma forma de proceder heredó la imperial Roma, claros ejemplos tenemos de su libertad religiosa en los territorios conquistados, la misma biblia nos los ofrece al relatarnos como el pueblo de Israel tenía su templo totalmente abierto y como existían con sus poderes religiosos los diferentes estamentos como el sanedrín o el sumo sacerdote.
Pero el monoteísmo es dictatorial, es la creencia en un solo dios, en una sola verdad, en un solo camino, es la perversión absoluta de la libertad de conciencia y la condena al ostracismo de cualquier idea que contravenga la línea impuesta desde el dogmatismo oficial. De echo las primeras actuaciones del cristianismo una vez instalado en el poder no son la evangelización de su mensaje, de lo primero que se ocupa es de aniquilar la competencia destruyendo templos que denomina paganos, asesinando filósofos que instruyesen conceptos de libertad, destruir por ejemplo la biblioteca de Alejandría porque el conocimiento y la cultura son enemigos que impiden llegar a dios, etc. Hecha esta limpieza fue la hora de clasificar como heréticos cualquiera de los escritos religiosos que contradijesen la línea dogmática oficial y cuando eso no fue suficiente para controlar todo el rebaño, declarar herejía toda doctrina que les pudiese quitar clientela. El resultado es la destrucción de todo el saber y el conocimiento acumulado por la humanidad durante siglos y el aniquilamiento de miles de seguidores de herejías como el arrianismo, gnosticismo, simonia, marcionismo, priscilianismo, etc.
Hubo que esperar hasta finales del siglo XV para empezar a salir de las tinieblas y comenzar una nueva visión del mundo y del hombre con el Renacimiento que pone fin a la concepción medieval de la naturaleza en términos de fines y ordenamiento divino. Solo así  Nicolás Copérnico, Giordano Bruno, Johannes Kepler, Leonardo da Vinci, Galileo Galilei, Nicolás Maquiavelo ó Erasmo de Rótterdam pudieron empezar a poner faros que alumbrasen al hombre y lo recondujesen al camino del conocimiento y del progreso. Mas tarde sobre esta base vio la luz la Ilustración con sus dos vertientes: El racionalismo, la escuela que enfatiza el papel de la razón en la adquisición del conocimiento y que tuvo sus principales proponentes en René Descartes, Baruch Spinoza y Gottfried Leibniz. Por el otro lado, la escuela empirista, que sostiene que la única fuente del conocimiento es la experiencia, encontró defensores en Francis Bacon, John Locke, David Hume y George Berkeley. Nunca se podrá calcular el impacto degenerativo producido por más de diez siglos de oscurantismo y esclavitud de las mentes, nunca sabremos cual sería ahora el nivel científico, cultural y de progreso que atesoraríamos si las escuelas filosóficas (recordemos que en ellas se estudiaba matemáticas, medicina, lógica, astronomía…) y la extraordinaria cultura helenística y romana no hubieses sido borradas, que habría sucedido en la historia de la humanidad sin que la imposición de la ignorancia hiciese tener que abandonar la investigación científica de la naturaleza y la búsqueda de la felicidad en el mundo, por la  preocupación del absurdo e inocuo problema de la salvación en otro mundo y en otra vida.


Creo que ha quedado más que claro y demostrado, como los principios éticos y morales que son inherentes al ser humano desde que este decide vivir en comunidad con otros individuos de su especie, NO proviene de ningún concepto religioso, NO nace de ninguna clase de revelación divina, NO emana de principios ofrecidos por seres celestiales al hombre. Por supuesto que todas las religiones, en tanto que tienen que administrar una serie de dogmáticas y pragmatismos que les son propios, deben establecer unas directrices ético-morales que mantengan unidos a sus creyentes, pero la religión NO ES la inventora o facultadora de la ética ni de la moral, ha sido el propio hombre con su búsqueda del conocimiento, y la interrelación entre los seres humanos el creador de sus propias normas de convivencia y de la escala de valores que le puede llevar al camino de la felicidad.
Cuando una persona religiosa en su intento de defensa hace mención a que sin un dios, sin una religión no existiría una ética o una moral, lo máximo que puede demostrar es que no existiría SU forma de entender la ética y la moral. Una cosa es que la religión haya secuestrado los principios de regulación de normas de convivencia y se autoproclame salvaguardadora de escalas de valores, y otra cosa es que eso sea verdad. La moral es totalmente subjetiva, depende de conceptos meramente culturales, geográficos y temporales, lo que para nosotros que vivimos en una cultura cristiana puede resultar inmoral, para un musulmán puede ser incluso una virtud, lo que para un hindú merece desaprobación ética para nosotros puede formar parte de la cotidianidad. Y además de subjetiva es cambiante en base al propio avance de la condición humana; por ejemplo en nuestra sociedad cuestiones como el que un matrimonio opte por divorciarse, o que una pareja decida vivir juntos sin necesidad de casarse, ya no son vistos, al menos para la inmensa mayoría de las personas como inmoralidades, pero nos bastaría retroceder unas pocas décadas para que fuesen consideradas perversiones éticas, de echo en zonas rurales donde la iglesia sigue controlando la vida de la gente aún hoy día un/una divorciado/a es señalado y repudiado.
Siempre que la religión esgrime la moralidad como arma contra el ateismo, he tenido que escuchar como uno de sus ejemplos argumentativos el nefasto ejemplo de lo que pude llegar hacer un ateo, siempre sacarán a relucir a Hitler y a Stalin y sus horrendos crímenes. Vale, pero con eso no nos dicen absolutamente nada. Esas dos alimañas que hubiera sido mejor que no nacieran, eran dos seres repugnantes y malvados que a mi entender eran merecedores de que si existiese un dios en alguna parte, este hubiese acabado con su vida mucho antes de lo que sucedió. Si existiese dios hubiera sido muy conveniente que a Hitler lo defenestrase al filo del año 38, después de la noche de los cristales rotos y en cuanto a Stalin, dios podría haberlo desnucado allá por el 29 cuando se dedicaba a eliminar a sus opositores en el régimen comunista, la verdad es que si dios existiese perdió una muy buena oportunidad de hacerle un favor a la humanidad. Pero insinuar o asegurar que lo que hicieron lo realizaron por su condición de ateos, es tanto como decir que fue porque tenían bigote o porque eran heterosexuales. Esos dos bestias, que son claros ejemplos de la depravación humana y una vergüenza para la especie, eran unos seres malvados que obraron de la forma que lo hicieron por su propia condición de perversos y seguramente si hubiesen sido creyentes (por cierto Hitler lo era), hubieran obrado con la misma maldad si las circunstancias o las posibilidades se lo hubieran permitido. De igual manera a como en la historia de la propia iglesia hay multitud de ejemplos de personas malvadas y abominables que se pasaron la vida haciendo el mal, como por ejemplo Torquemada.


Por cosas como esta es por lo que, constatando la mala fe y la inquina con la que se hacen argumentaciones así, es por lo que uno llega a cansarse de tanta hipocresía y opta por poner las cosas en su sitio. Empezaré por declarar que yo personalmente no acepto ninguna imposición de ningún tipo de conducta moral o de cuestionamiento ético si este no viene precedido de algún tipo de razonamiento lógico que me convezca de su idoneidad. Solamente los valores que permitan a la humanidad progresar en el camino de la felicidad global pueden ser tenidos como correctos y estimables, como no tengo noticias de que alguna religión sea paradigma de ello, por descontado que no acepto ninguna premisa que provenga de ellas, pero es que del cristianismo de la que menos.
Del cristianismo en general:
¿Vamos a aceptar valoraciones morales de una masa de religiones que para que naciese su “salvador” tuvieron que morir todos los niños menores de tres años de Judea? Quiéranlo o no, todo el cristianismo tiene el mismo pasado, ¿pueden hablar de moralidad los mismos que tienen sobre su historia las cruzadas, la quema de herejes, la conversión de indígenas a fuego y espada, la caza de brujas, etc.? ¿Pueden tener la desfachatez, de intentar imponer su ética quienes están orgullosos de disfrutar como libro de cabecera de algo tan abominable como la biblia?
                Hagamos un receso en estas cuestiones para hablar de este libro. Por que uno de los mayores problemas que tienen los creyentes cristianos, es que no se han leído la biblia. O bien solo conocen las historias principales que se repiten año tras año, o han hecho algún estudio bíblico que ha sido convenientemente guiado para que no entiendan más de lo oportuno y para asegurarse que cualquier duda moral será diluida de manera pertinente. Pero ponerse a leer la biblia sin un guía espiritual que encauce su lectura, pudiendo sacar valoraciones propias no conozco aún ningún cristiano que lo haya hecho. Por que si lo hiciese vería que en la biblia encontramos como mínimo 4.339 versículos, (de un total de 31.222 que la componen en su totalidad lo que nos da la friolera de un 13,9%) que asumiendo leyes divinas y/o a resultas de órdenes o sucesos inspirados por el mismo dios, son totalmente rechazables desde cualquier óptica ética o moral. Un volumen de texto tan amplio, equivalente a más de la mitad del nuevo testamento y no es más que un catálogo donde el dios cristiano glorifica y premia el engaño, la estafa, el robo, la esclavitud, la traición, la venganza, la violencia, el asesinato, el genocidio, la xenofobia, la denigración de la mujer, la violación, la prostitución, el incesto………
¿Alguien se imagina cuantas muertes violentas se relatan en la biblia?, cada vez que se lo digo a algún creyente piensa que le estoy mintiendo, aunque a más de uno le he dado la relación completa para que la compruebe en su biblia y vea que es verdad. Si contabilizamos solamente las muertes que vienen claras y enumeradas, nos salen más de 2.700.000. Aquí estarían las muertes registradas en la propia biblia de forma numérica, por ejemplo Caín mata a Abel (+1), Jesús muere en la cruz junto a dos bandidos (+3), unos niños se burlan del profeta Eliseo y dios hace que unos osos despedacen a 42 de ellos (+42), el mismo dios que ordena a David hacer un censo después se ofende por ello y manda que sean muertos 25.000 de los israelitas (+25.000), cualesquiera de las matanzas y exterminios que dios ordena o prepara para acabar con los impíos pueblos de los alrededores, cananeos, amobitas, filisteos….. o cualquiera de esos seres inferiores indignos de seguir con vida por adorar dioses falsos, pues habrá que sumar la cantidad que la propia biblia nos ofrece, la cifra más alta es la de un millón de etíopes que con su rey a la cabeza murieron a manos del glorioso pueblo de dios.
Pero no queda hay la cuenta, estas son solo las muertes de las que hay constancia numérica y hay que añadirle todas las demás en las que solamente podemos sumar datos aproximados al no dar la biblia el número de muertes acaecidas. Aquí tendremos que calcular “a ojo de buen cubero” cuantas muertes se produjeron en actos de exterminio ordenados por el mismo dios, como por ejemplo Jericó donde la orden del mismísimo dios es que se mate a todo hombre, mujer, niños, ancianos, animales, bestias de carga…. la orden directa proclamada por las alturas es de aniquilación completa y que no quede piedra sobre piedra, por cierto se podía destruir todo menos el oro, la plata y las piedras preciosas que debían ser entregadas a los sacerdotes. Y nos es la única ocasión en la que dios ordena a su pueblo proceder a un genocidio de esa clase, hay varios más en los que incluso el mismo dios da lecciones de la forma correcta de llevar a cabo tan bendecidos actos, por ejemplo indica a su pueblo que la mejor manera de matar a los niños es estampando sus cabezas contra una piedra, o que para asegurarse de que nadie quede con vida lo mejor es abrir en canal a las embarazadas y apuñalar al feto. Palabra del mismo dios. Hay que sumar también los exterminios realizados por el propio dios, como por ejemplo Sodoma y Gomorra que borró de la faz de la tierra por que el inútil de Lot no fue capaz de hallar 10 justos (hay que ser inútil para no encontrar 10 ancianos, 10 mujeres, 10 esclavos, 10 niños menores de cinco años…..) Y como colofón, podemos terminar sumando los muertos del mayor acto criminal que ninguna mente humana ha imaginado jamás, la aniquilación y exterminio de todos los seres vivos que habitaban el planeta, excepto una pareja de cada animal y la familia de Noé. ¿Se imaginan el número de muertos totales que resultan de tanta suma? Calculando por lo bajo la biblia nos relata entre 60 y 80 millones de muertes violentas, no conozco de ningún libro en toda la historia que contenga más litros de sangre derramada en sus páginas. Y siendo ese libro la guía ética de su religión, ¿se atreven los cristianos a poner en duda los valores morales de aquellos que no adoramos a ningún tipo de dios?


Y si no podemos aceptar imposiciones del cristianismo en su conjunto, que decir del catolicismo. ¿Puede tener algún ascendente moral sobre la sociedad, una iglesia dogmática y sectaria anclada en conceptualidades medievales y dirigida desde uno de los estados menos democrático del mundo, donde las mujeres siguen siendo consideradas seres inferiores? ¿Puede alzar la voz y esgrimirse como depositaria de la ética, una iglesia que simplemente desprendiéndose de la quinta parte de sus riquezas acabaría con la pobreza en el mundo, mientras sus curias y altos cargos viven una vida de boato permanente? ¿Pueden hablar de ética y moral los católicos que son capaces de asimilar como una de las mayores recompensas que tendrán en el cielo, la contemplación de sufrimientos inimaginables y eternos de millones de personas condenadas al infierno por no pensar como ellos?  Esta última pregunta es muy reveladora, el hecho de que haya personas que consideren justo, ético y moral el hecho de que alguien como yo, por el mero hecho de no creer en su dios merezco un castigo tan desproporcionado como el suplicio del infierno y una condena para toda la eternidad, dice mucho sobre cuales son sus fundamentos éticos y cuan virtuosa es su moral, con el añadido de que no solo son capaces de asimilar este hecho tan execrable, además consideran como una recompensa del mismo dios el que este les permitirá contemplar el sufrimiento de los condenados como espectáculo que elevará sin duda su santidad.

Estoy muy orgulloso de mis valores éticos y de mis conceptos morales, cuando hago el bien o realizo algún acto altruista lo efectúo desde la querencia íntima de compartir con otros un momento de felicidad, no lo hago esperando recompensas de cielos divinos. Y cuando mi moralidad me frena de hacer algún mal, lo hace desde convencimientos profundos no por miedo a castigos eternos en infiernos con olor a azufre. Parafraseando a Michel Onfray: “Entre todas esas teologías de abracadabra, prefiero recurrir a los pensamientos alternativos a la historiografía filosófica dominante: las personas con humor, los materialistas, radicales, cínicos, hedonistas, ateos, sensualistas y voluptuosos. Pues ellos saben que sólo existe un mundo y que toda promoción de los mundos subyacentes lleva a la pérdida del uso y beneficio del único que hay”. Así que voy a terminar con una frase de Steven Weinberg “La religión es un insulto para la dignidad humana. Con o sin ella, habría buena gente haciendo cosas buenas, y gente malvada haciendo cosas malas, pero para que la buena gente haga cosas malas hace falta religión.”