miércoles, 25 de abril de 2012

MITOS Y LEYENDAS




 
Leviatán & Behemot:
“Esa serpiente sinuosa… el dragón que se encuentra en el mar”. Así era Leviatán, la bestia más tremenda y espectacular de entre las bestias de Dios, descrita en el Libro de Isaías.
El quinto día de la Creación, día en que Dios dio forma e infundió vida a todas las criaturas del mar, creó al poderoso y magnífico dragón serpiente Leviatán para que sirviera de gobernante de este extenso reino marino. Las ilimitadas espirales de su inmenso y largo cuerpo se encontraban revestidas de una cubierta impermeable de escamas montadas unas sobre otras y trillaba sobre el agua con una fuerza tan explosiva que las profundidades del océano hervían como una caldera insondable.
Sus más de 300 incandescentes ojos iluminaban los mares lejanos y los cielos con su brillo radiante. El vapor hirviente salía disparado de sus llameantes orificios nasales, y brillantes lenguas de fuego bailaban procedentes de sus enormes fauces.
Ninguna herramienta mortal podía penetrar la armadura reluciente de sus escamas de Leviatán, ningún ser vivo en la tierra podía oponerse a su poder, y nada podía prender una chispa de miedo en su firme e indestructible corazón. Los dragones de interminable longitud eran devorados como ratones, y las aguas del río Jordán se vaciaban en sus fauces carnívoras, rebosantes de dientes de aterradora magnitud y cantidad.  Tras su paso por el océano, las olas relumbraban como lentejuelas de escarcha fosforescente, y todo el mundo se maravilla ante el asombroso Leviatán.
Al principio, Dios creó un par de estas fantásticas bestias, pero cuando quedó latente que su poder colectivo era tan impresionante que el mundo entero se encontraba amenazado por la posibilidad de que existiera una raza de este tipo de criaturas, Dios destruyó a una de ellas. Como medida complementaria, creó al espinoso. Este pez diminuto fue concebido por Dios para contrarrestar los salvajes excesos del superviviente Leviatán, al cual le concedió la inmortalidad, en compensación por la pérdida de su pareja.
Aunque tradicionalmente se considera a Leviatán único y macho, de acuerdo con el Libro de Enoch en los textos apócrifos, es hembra, y su homólogo masculino es Behemot, que habita un inconmensurable desierto llamado Dedain – donde permanecerá hasta el Día del Juicio, donde finalmente se le dará muerte.
Su historia se puede encontrar en Job 41, Isaías 27, Salmo 74:13-14 y Génesis 1:21



 CARONTE:
Caronte es un genio del mundo infernal, hijo de Érebo y Nix.. Su misión es pasar las almas, a través de los pantanos del Aqueronte, hasta la orilla opuesta del río de los muertos; éstos, en pago, deben darle un óbolo. De ahí la costumbre de introducir una moneda en la boca del cadáver en el momento de enterrarlo. Aquellos que no podían pagar tenían que vagar cien años por las riberas del Aqueronte, hasta que Caronte accedía a portearlos sin cobrar. Se le representaba como un anciano flaco y gruñón de ropajes oscuros y con antifaz (o, en ocasiones, como un demonio alado con un martillo doble) que elegía a sus pasajeros entre la muchedumbre que se apilaba en la orilla del Aqueronte, entre aquellos que merecían un entierro adecuado y podían pagar el viaje (entre uno y tres óbolos). En Las ranas, Aristófanes muestra a Caronte escupiendo insultos sobre la gente obesa.



 ABRAXAS:
” El pájaro rompe el cascarón. El huevo es el mundo. Quien quiere nacer tiene que romper un mundo. El pájaro vuela hacia Dios. El Dios es Abraxas”. Estas frases de Hermann Hesse, en su novela  “Demian”, son posiblemente la referencia moderna por la que más gente se ha interesado por este Dios o ser de la mitología antigua. En la figura de Abraxas confluye todo; el bien y el mal, la luz y la oscuridad, la sabiduría y la ignorancia, el amigo y el traidor. Por lo tanto, Abraxas es Dios y Demonio al mismo tiempo.
También llamado Abrasax o Abracax, por los etruscos, y Abrxia, por los druidas celtas, este Dios es de origen Gnóstico y se suele representar con la figura de un ser con cabeza de gallo y con dos serpientes con cabeza en lugar de piernas. La mayoría de veces con armadura en el pecho y siempre con armado de látigo y escudo. La palabra Abraxas es simbólica pues cada una de las letras correspondía con uno de los planetas conocidos en aquella época y la suma de sus letras da 365, el equivalente a un año. Es posible que los primeros Gnósticos tomaran esta Deidad del Dios egipcio abrak sax, que significaba “Palabra sagrada”. Y también es muy posible que la famosa frase abracadabra, que todos hemos dicho y escuchado en muchas ocasiones provenga de este Dios.



 La historia de Eros y Psique:
Psique es el nombre del alma. También es el de la heroína de una leyenda que nos ha sido transmitida por Apuleyo en sus Metamorfosis. Psique, hija de un rey, tenía dos hermanas. Las tres eran hermosísimas, pero la belleza de Psique era sobrehumana; de todas partes acudían a admirarla. Sin embargo, mientras sus hermanas se habían casado, a Psique nadie la quería por esposa, pues su misma belleza asustaba a los pretendientes.
Desesperando de poder casarla, su padre consultó al oráculo, el cual le aconsejó que ataviase a su hija como para una boda y la abandonase en una roca, donde un monstruo horrible iría a posesionarse de ella.
Sus padres quedaron desolados; sin embargo, vistieron a la joven, y, en medio de un fúnebre cortejo, al condujeron a la cima de la montaña indicada por el oráculo. Luego la dejaron sola y se retiraron a su palacio. Psique, abandonada, era presa de desesperación. Y he aquí que de pronto se sintió arrastrada por el viento y levantada por los aires. El viento la sostuvo suavemente y la depositó en un profundo valle, sobre un lecho de verde césped. Psique, extenuada por tantas emociones, se quedó profundamente dormida y, al despertar, encontróse en el jardín de un magnífico palacio, todo él de oro y mármol.
Penetró en las habitaciones, cuyas puertas se abrían a su paso, y fue acogida por unas voces que la guiaron y le revelaron que eran otras tantas esclavas a su servicio. Así transcurrió el día, de sorpresa en sorpresa y de maravilla en maravilla. Al atardecer, Psique sintió una presencia a su lado: era el esposo de quién había hablado el oráculo; ella no lo vio, pero no le pareció tan monstruoso como temía. Su marido no le dijo quién era, y le advirtió que era imposible que ella le viera si no quería perderlo para siempre. Esta existencia continuó por espacio de varias semanas. Durante el día, Psique estaba sola en su palacio, lleno de voces; por la noche su esposo se reunía con ella, y Psique se sentía muy feliz.
Pero un día sintió añoranza de su familia y se puso a compadecer a su padre y a su madre, que sin duda la creían muerta, y pidió a su esposo permiso para volverse por un tiempo a su lado. Tras muchas súplicas, y a pesar de que se le hicieron ver los peligros que esta ausencia significaba, Psique acabó saliéndose con la suya. De nuevo el viento la transportó a la cumbre de la peña donde la habían abandonado, y desde ella le fue muy fácil regresar a su casa. La recibieron con gran alegría, y sus hermanas que residían por su matrimonio lejos de allí, fueron a visitarla.
Cuando vieron a su hermana tan feliz y recibieron los regalos que les había traído, se apoderó de ellas una gran envidia, y extremaron su ingenio para hacer surgir la duda en su alma y hacerle confesar que jamás había visto a su marido. Finalmente, la convencieron de que ocultase una lámpara durante la noche, y, a su luz, mientras él durmiese, contemplase la figura de aquél a quien amaba.
Volvió Psique a su morada, llevó a cabo lo que se le había aconsejado, y descubrió, dormido a su lado, a un hermoso adolescente. Emocionada por el descubrimiento, le tembló la mano que sostenía la lámpara y dejó caer sobre él una gota de aceite hirviendo. Al sentirse quemado, Amor (Eros) pues tal era el monstruo cruel a quien se había referido el oráculo, despertó y cumpliendo la amenaza que había dirigido a Psique, huyó en el acto para no volver jamás.
Al faltarle la protección de Amor, la pobre Psique se lanzó a errar por el mundo; la perseguía la cólera de Afrodita, indignada de su belleza. Ninguna divinidad quería acogerla. Finalmente, cayó en manos de la diosa, que la encerró en su palacio, la atormentó de mil maneras y le impuso varias obligaciones: seleccionar semillas, recoger lana de corderos salvajes, y, finalmente, descender a los Infiernos. Allí debía pedir a Perséfone un frasco de agua de Juvenancia. Le estaba prohibido abrirlo, mas, por desgracia, Psique desobedeció cuando regresaba y quedó sumida en un profundo sueño.
Mientras tanto, Amor estaba desesperado; no podía olvidar a Psique. Al verla sumida en su sueño mágico, voló hacia ella y la despertó de un flechazo; luego subió al Olimpo y suplicó a Zeus que le permitiese casarse con esta mortal. Zeus le otorgó lo que pedía convirtiéndola en inmortal, y Psique se reconcilió con Afrodita.



 GALATEA:
Durante mucho tiempo Pigmalión, Rey de Chipre, había buscado una esposa cuya belleza correspondiera con su idea de la mujer perfecta. Al fin decidió que no se casaría y dedicaría todo su tiempo y el amor que sentía dentro de sí a la creación de las más hermosas estatuas.
Al rey no le gustaban las mujeres, y vivió en soledad durante mucho tiempo. Cansado de la situación en la que estaba, empezó a esculpir una estatua de mujer con rasgos perfectos y hermosos. Así, realizó la estatua de una joven, a la que llamó Galatea, tan perfecta y tan hermosa que se enamoró de ella perdidamente. Soñó que la estatua cobraba vida. El rey se sentía atraído por su propia obra, y no podía dejar de pensar en su amada de marfil.
En una de las grandes celebraciones en honor a la diosa Venus que se celebraba en la isla, Pigmalión suplicó a la diosa que diera vida a su amada estatua. La diosa, que estaba dispuesta a atenderlo, elevó la llama del altar del escultor tres veces más alto que la de otros altares. Pigmalión no entendió la señal y se fue a su casa muy decepcionado. Al volver a casa, contempló la estatua durante horas. Después de mucho tiempo, el artista se levantó, y besó a la estatua. Pigmalión ya no sintió los helados labios de marfil, sino que sintió una suave y cálida piel en sus labios. Volvió a besarla, y la estatua cobró vida, enamorándose perdidamente de su creador. Venus terminó de complacer al rey concediéndole a su amada el don de la fertilidad, y tuvieron una hija llamada Pafo, que más tarde sería a su vez la madre de Cíniras.



 LILIT:
El origen de Lilit parece hallarse en Lilitu y Ardat Lili, dos demonios femeninos mesopotámicos, relacionadas a su vez con el espíritu maligno Lilu. En los nombres de esta familia de demonios aparece la palabra lil, que significa ‘viento’, ‘aire’ o ‘espíritu’.
Los judíos exiliados en Babilonia llevaron a su tierra de origen la creencia en esta criatura maligna, se trata de un demonio femenino de la noche, similar a un súcubo, que vuela por los aires, mata a recién nacidos y seduce  a los hombres para poder dar a luz a más demonios.
Las leyendas sobre Lilith son realmente antiguas. En una versión de la épica de Gilgamesh, la diosa Ishtar (en Sumeria su nombre era Inanna) planta un sauce sagrado en su santuario, planificando utilizar la madera para construir un trono mágico. Pero cuando intenta talar el árbol, descubre en la base a una serpiente que no consigue hechizar, a un pájaro zu anidando en sus ramas y a la Doncella de la Oscuridad, Lilith, viviendo en el tronco. Cuando Gilgamesh mata a la serpiente, Lilith huye.
Este mito puede ser el origen de las representaciones gráficas de Lilith como una bella mujer desnuda que sostiene el anillo y la vara del poder, tiene alas y muestra patas de pájaro zu en lugar de pies.
En el folclore judío talmúdico del siglo IV se asegura que Lilith fue la primera esposa de Adán. Seductora y encantadora, fue creada por Dios en respuesta al pedido de Adán de una compañera. Sin embargo, Lilith se niega a situarse sumisamente abajo Adán cuando éste intenta obligarla a mantener relaciones sexuales, y le abandona. Entonces se une a los espíritus malignos próximos al mar Muerto, donde cada día da a luz a más de cien demonios.
Una leyenda musulmana afirma que formó pareja con Satanás y que el fruto de esa unión fue el demonio Djiin. Para castigarla por su desobediencia, Dios mata a algunos de sus hijos diariamente.
En venganza, Lilith se dedica a capturar recién nacidos, en especial varones. En tiempos tan actuales como el siglo XVIII, era muy común que en Europa se protegiera a los recién nacidos con un amuleto que llevaba las imágenes de Adán y Eva, los nombres de los tres ángeles que fueron enviados a traer a Lilith nuevamente a los brazos de Adán y las frases “prohíbe la entrada a Lilith” y “protege a este niño de todo daño”.
Durante siglos, el personaje de Lilith ha sido usado desde los púlpitos como ejemplo moralizante de lo que podía suceder a una mujer  en caso de no guardar sumisión ante su esposo. Afortunadamente, aunque no en todos los lugares ni culturas, las Liliths ya no están consideradas como demonios sino todo lo contrario y este mito a quedado como un símbolo retrógrado.  Por desgracia, como he dicho anteriormente, todavía existen muchos países en los que la suerte de las mujeres corre análoga a la de Lilith cuando se niegan a situarse bajo sus esposos.



 HERMAFRODITO:
En general, se da el nombre de hermafroditos a todos los seres que tienen doble naturaleza, masculina y femenina. De modo particular, los mitógrafos conocen con este nombre a un hijo de Afrodita y Hermes, del cual contaban la siguiente leyenda:
Hermafrodito, cuyo nombre recordaba a la vez los de su madre y su padre, había sido criado por las ninfas en los bosques de Ida de Frigia. Estaba dotado de gran belleza, y a los quince años se lanzó a correr mundo y viajó por el Asia Menor. Encontrándose en Caria llegó un día a los márgenes de un lago de maravillosa hermosura. La ninfa de este lago, llamada Salmacis, se enamoró de él al momento, pero al declararle su amor, él la rechazó.
La ninfa, entonces, aparentó resignarse y se ocultó, mientras el joven, seducido por la limpidez del agua, se quitaba el vestido y se zambullía en el lago. Cuando Salmacis lo vio en sus dominios y a su merced, fue hacia él, y lo estrechó en tanto que Hermafrodito se esforzaba inútilmente por soltarse. Ella dirigió una plegaria a los dioses pidiéndoles que jamás pudiesen separarse sus dos cuerpos. Los dioses la escucharon, y los unieron en un nuevo ser, dotado de doble naturaleza. Por su parte, Hermafrodito obtuvo del cielo que quienquiera que se bañase en las aguas del lago Salmacis, perdiese su virilidad. En tiempos de Estrabón se creía aún que el lago poseía esta propiedad.

martes, 24 de abril de 2012

CONTRADICCIONES BIBLICAS




               Hay un dicho aquí en España (ignoro si se utilizará en otros países hispanohablantes), que dice: “el diablo cuando no tiene nada que hacer mata moscas con el rabo”, y como ahora estoy sin trabajo gracias a lo bien que gestionan la economía los políticos, pues me dedico a cuestiones formativas y a pasar el tiempo de manera cultural y lúdica. Hace poco he terminado de leer un libro del que no diré el titulo para no promocionar tan prescindible documento, en el que se aseguraba dar las cuatro pruebas más contundentes por las que se demostraba que la Biblia era la palabra dictada por Dios.
                Las tres primeras pruebas se pueden resumir en una sola, “La Biblia es cierta porque la misma Biblia lo dice”, la exposición de las tres pruebas eran exactamente la misma en todas ellas, con la simple variante de que las citas bíblicas usadas para cada caso cambiaban en consonancia con el protagonista de la prueba que se daba en cada argumento. La primera era, que los diferentes patriarcas y profetas bíblicos estaban convencidos de que lo que transmitían eran órdenes directas de Dios, la segunda era que los discípulos de Jesús, estaban convencidos de que el era el Mesías y así nos lo transmitieron, y la tercera prueba de que la Biblia es la palabra de Dios es que el mismísimo Jesucristo así nos lo dijo. Vamos, resumiendo, que las pruebas de la autenticidad de la Biblia como palabra divina se hallan dentro de la propia Biblia y nos las dan los diferentes personajes que en ella nos lo dicen.
                El cuarto argumento probatorio de la veracidad absoluta de la Biblia era que la concordancia entre los diferentes libros que la componen, así como la posibilidad de seguimiento de los diferentes hechos históricos que narra, demuestran que solo una inspiración divina lo lograría. Dejando a un lado que lo primero que pensé al leer esta “prueba” fue que mi diccionario enciclopédico o mi listín telefónico también son coherentes entre sus diferentes capítulos y siguen un orden cronológico fácil de comprobar, y ello no prueba ninguna divinidad en su contenido, me he puesto a la tarea de ver cuanta concordancia existe entre los diferentes libros de la Biblia.
                He hallado más de 120 contradicciones entre hechos y datos que nos cuentan, y he de reconocer que muchos de ellos ya los conocía anteriormente y en esta ocasión simplemente fue confirmar y recordar muchas de las nulas concordancias entre los escritos que componen la Biblia, pero como se acerca mi 40 cumpleaños y quiero homenajear de alguna manera mi despedida de la treintena, aquí les dejo 39 contradicciones de la biblia, el número de ellas como les digo es bastante mayor pero he querido que coincida con los años de edad que me contemplan. Por cierto, como no quiero que este ensayo pudiera tener ninguna connotación “divina”, creo que lo mejor es no darle concordancia cronológica alguna, así que los listaré de manera revuelta sin orden ni concierto.



¿Se puede alcanzar la salvación por las obras? Según Gálatas 2:16 nadie será salvo por sus obras solo la fe en Jesucristo nos salvará, y en Romanos 3:28 nos dicen que el hombre es justificado por la fe sin las obras de la Ley, pero en Mateo 19:17-21, Lucas 10:25-28, Mateo 25:35-46 y Mateo 16:27 y en Santiago 2:24 se nos explica que solo conseguiremos la salvación a través de los mandamientos y que se consigue con las obras y no solo con la fe.

¿Cuánto dura la ira de Dios?  Según Miqueas 7:18 no retiene para siempre su enojo, porque se deleita en la misericordia, pero según Jeremías 17:4 el fuego que enciende su ira para siempre arderá.

¿Quién fue el padre de Sala? Si leemos Génesis 11:12 fue Arphaxad, pero en Lucas 3:35-36 nos dicen que fue hijo de Cainán.

¿La tierra durará para siempre? Bueno, según 2Pedro 3:10 no, será quemada y según Eclesiastés 1:4 la tierra permanece para siempre.

¿Creó Dios el mal? Según Isaías 45:7 si, para Juan 4:8 es casi imposible que así fuera.

¿Cuántas parejas de animales ordena Dios subir al arca de Noé? Utilizando el mismo libro nos encontramos que en Génesis 6:19 ordena una pareja de cada y en Génesis 7:2  manda que se suban siete parejas de cada animal puro.

¿Dios tienta a las personas? Según Génesis 22:1-12 Dios tentó, (y de que manera) a Abraham, pero según Santiago 1:13 ni Dios puede ser tentado por el mal, ni el tienta jamás a nadie.

¿Estaba muerta la hija de Jairo cuando este acude a pedir auxilio a Jesús? En Mateo 9:18 Jairo dice que su hija está ya muerta, pero en Marcos 5:23 asegura que aún esta agonizando.

¿Cuándo creó Dios al hombre? Si leemos Génesis 1:25-27 fue después de los animales, si leemos Génesis 2:19 Dios formo al hombre antes que los animales.

¿Qué pasa si le ves el rostro a Dios? En Génesis 32:30 Jacob vio cara a cara a Dios tras luchar con el y no le paso nada, lo mismo hizo Moisés al hablar como un colega cualquiera con Dios en Éxodo33:11, sin embargo en Éxodo 33:20 Dios dice que el que vea su rostro morirá. Y en Juan 1:18 se nos dice que nadie jamás ha visto a Dios, aunque parece que se olvidan de los setenta ancianos de Israel que lo ven en Éxodo 24:9 y eso que en Timoteo 6:16 se nos vuelve a recordar que nadie puede ver a Dios.

¿Cuántos eran los hijos de Hasum? 223 según Esdras 2:19 y 328 si lo consultamos en Nehemías 7:22

¿Dios nos castiga por los pecados de nuestros padres? Según Deuteronomio 5:9 tres o cuatro generaciones pagan el castigo, según Deuteronomio 24:16 no, simplemente es castigado cada uno por sus propios pecados.

¿En la conversión de Pablo, los que le acompañaban oyeron a Dios? Pues en Hechos 22:9 eran sordos y en Hechos 9:7 lo oyeron perfectamente.

¿Cuánta gente ha ascendido al cielo? Según Juan 3:13 solo Jesús, y olvidan que según 2Reyes 2:11 Elías fue ascendido al cielo en un carro de fuego con caballos de fuego.

¿Cómo se llamaba el abuelo paterno de Jesús? En Lucas 3:23 es Elí, en Mateo 1:16 es Jacob

¿De que hijo del rey David desciende Jesús? Si nos fiamos de Mateo 1:5 es descendiente de Salomón, pero según Lucas 3:31 desciende de Natán.

¿En la batalla de David contra el rey de Soba, cuantos jinetes formaban en su ejército? 7.000 según 1ª de Crónicas 18:4, y solo 1.700 según 2ª Samuel 8:4

¿Se cansa Dios? Si leemos Isaías 40:28 no se fatiga ni desfallece nunca, aunque en Isaías 1:14 se cansa de que hagan fiestas en su nombre y en Isaías 43:24 se fatiga con nuestras maldades, sin olvidarnos de que en Génesis 2:2 nos relatan que Dios descanso tras la creación.

¿Cuándo atacaron los babilonios a Israel? En 2Reyes 25:8 fue el mes 5 día 7 año 19, según Jeremías 52:12 fue tres días más tarde, el mes 5 día 10 año 19.

¿En el censo de David, cuantos israelitas contó Joab? En 1ª de Crónicas 21:5 nos dicen que 1,1 millones de israelitas y 470.000 de la casa de Judá, pero si leemos 2ª Samuel 24:9 veremos que eran 800.000 de Israel y 500.000 de Judá.

¿Quién incito a David para que realizase el censo? Según 2ª Samuel 24:1 fue orden de Dios, pero en 1ª de Crónicas 21:1 es obra de Satanás.

¿Cuánto paga David tras el censo por una era? Según 1ª de Crónicas 21:25, 600 siclos de oro, pero resulta mejor la oferta de 2ª Samuel 24:24 ya que por solo 50 siclos compra la era y los bueyes necesarios.

¿Con cuantos años amenaza Dios a David en venganza por el censo? En 2ª Samuel 24:13 son siete años y en 1ª de Crónicas 21:12 le deja escoger solo tres años.

¿Cuáles fueron las últimas palabras de Jesús en la cruz?  Mateo 27:50 no nos lo aclara ya que dice simplemente que dio un gran grito, Marcos 15:37 nos habla también de un grito, Lucas 23:46 relata que dijo “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”, y sin embargo en Juan 19:30 lo que dice Jesús es “consumado es”.

¿Cuántos años tenía Ococías cuando empezó a reinar? Si lees 2ª de Reyes 8:26 tenía 22 años, pero si lees 2ª de Crónicas 22:2 tenía ya 42 años.

¿Qué edad tenía Joaquín cuando empezó a reinar y cuanto duró su reinado? Pues en 2ª de Crónicas 36:9 nos relatan que tenía 8 años y que su reinado duró 3 meses y 10 días, y en 2ª de Reyes 24:8 nos dicen que ya contaba 18 años y su reinado fue de solo 3 meses.

¿Insultan a Jesús los dos ladrones crucificados con el? Bueno, según Lucas 23:39-42 solo uno de los ladrones lo injuriaba, pero de Mateo 27:44 se deduce que fueron los dos ladrones los que se mofaron.

¿Cuántos hombres mató un capitán del rey David? Pues 800 según 2ª Samuel 23:8 y solo 300 según 1ª de Crónicas 11:11.

¿Cuántos ciegos curo Jesús en Jericó? Si hacemos caso a Mateo 20:30 eran dos, pero Marcos 10:46 nos dice que fue solo uno de nombre Bartimeo, cosa que corrobora Lucas 18:35

¿Cómo se descubre la resurrección de Jesús? Según Mateo acontece un terremoto y un ángel vestido de blanco mueve la piedra de la tumba, se sienta sobre ella y le dice a María Magdalena y a otra María que Jesús ya no esta allí, de hecho el mismo Jesús se les aparece al camino de vuelta a casa. Para Marcos hay una tercera mujer de nombre Salomé, y a quien estas mujeres encuentran es a un joven sentado dentro del sepulcro. Lucas simplemente nos dice que fueron al sepulcro un grupo de mujeres, mayor de tres puesto que da varios nombres entre otros el de Juana que hasta entonces nadie había dicho, pero para el son dos hombres los que anuncian la resurrección y van vestidos con ropas resplandecientes. También nos dice que Pedro visito el sepulcro. Juan es bastante más explicito en el relato, aunque para el solo María Magdalena fue al sepulcro y al encontrarlo vacío corre a avisar a Pedro y a otro discípulo que van corriendo a la tumba junto con María, esta ve dentro del sepulcro a dos ángeles y en esta ocasión Jesús se le aparece allí mismo de forma totalmente humana puesto que ella lo confunde a primera vista con un agricultor y solo cuando el le habla lo reconoce como su maestro.

¿Qué castigo merecen los homosexuales? En 1ª de Reyes 15:12 solo el exilio de junto al pueblo de Israel, pero en Levítico 20:13 merecen la muerte.

¿El velo del templo se rasgo antes o después de morir Jesús? Para Mateo 27:50-51 y para Marcos 15:37-38 lo hace tras la muerte de Jesús, pero según Lucas 23:45-46 el velo del templo se quebró antes de su muerte.

¿Los soldados de quién visten a Jesús con ropas de nobleza? Pues según Mateo 27:27 y Juan 19:1 son los soldados de Pilatos, pero según Lucas 23:11 los que lo hacen son los soldados de Herodes por orden de este mismo.

¿Cuándo nació Jesús? Para Mateo 2:1 cuando Herodes reinaba y como murió en el año 4 antes de nuestra era la fecha siempre será anterior a esta. Pero en Lucas 2:1 nos dice que fue en la época del censo de Quirino (llamado también Cirenio) o sea alrededor del año 6 de nuestra era.

¿Cuándo secó Jesús a la higuera que no le dio fruto por no ser la época para ello? Si leemos el capítulo 11 de Marcos es antes de ir al templo de Jerusalén, pero si lo hacemos con el capítulo 21 de Mateo es después de haber estado en el templo y haber expulsado a los mercaderes.

¿Cómo murió Judas? Según Hechos 1:18 cayó de cabeza y se reventaron sus entrañas y según Mateo 27:5 se ahorcó el mismo.

¿Se arrepiente Dios de algo? Si leemos 1ª Samuel 15:29 Dios no es hombre por lo que no puede arrepentirse de nada, pero en Génesis 6:6 se arrepiente de haber creado al hombre y en 1ª Samuel 15:11 lo hace de haber puesto a Saúl de rey.

¿Cómo murió Saúl? Según 2ª Samuel 1:10 le dio muerte un amalecita que además fue a contárselo al rey David, pero el relato de 1ª Samuel 31:4  nos dice que se suicidó tirándose contra su propia espada.

¿Corrió peligro la vida del bebe Jesús? Según Mateo 2:13-15 un ángel avisa a su padre de las intenciones de Herodes y la familia debe escapar en plena noche hacia Egipto, pero según Lucas 2:21-38 la familia circunda al niño sin problemas y tras los días de purificación lo presentan tranquilamente en el templo de Jerusalén.



                Hala, ya están las 39 contradicciones prometidas, el que quiera más que se espere a que cumpla unos cuantos años más y así ampliamos la lista.
                ¿Cuál es la contestación o disculpa ante tantas contradicciones que nos dan los cristianos? Pues normalmente es echarle la culpa al apuntador, o sea decir que hubo una mala traducción o que algo se perdió al copiarlo de textos más antiguos. Otra justificación es echarle la culpa al contexto histórico o a diversos fallos en la tradición oral, y por supuesto siempre les quedará la infalible posibilidad de decir alguna palabra culta como “exégesis” y autoproclamarse en nombre de la tradición como los únicos capaces de discernir e interpretar los textos bíblicos.
                Como me corroe la culpa de no haber llegado a las 40 contradicciones, ofreceremos una más pero fuera del contexto de comparación de dos o más escritos. Me refiero al hecho más contradictorio de la Biblia dentro del cristianismo en su conjunto: que no haya una sola Biblia para todas sus diferentes iglesias. Resulta que para católicos, ortodoxos y algunas iglesias orientales la Biblia es más gruesa que para las iglesias protestantes y para los judíos (en lo que a ellos les concierne, el A.T. o como ellos le llaman Tanaj).
Los católicos engordan la Biblia con los llamados libros Deuterocanónicos, que son los siguientes textos y pasajes del antiguo testamento:   El Libro de Tobías o Tobit, El libro de Judit, Las adicciones griegas al Libro de Esther, El libro de Sabiduría, El Libro del Eclesiástico, El Libro de Baruc, La Carta de Jeremías (Baruc 6), Las adicciones griegas al Libro de Daniel, La Oración de Azarías (Daniel 3:24-50), El Himno de los tres jóvenes (Daniel 3:51-90), La Historia de Susana (Daniel 13), La Historia de Bel y el Dragón (Daniel 14) y el Libro I y II de los Macabeos.
Aparte de estos textos, los ortodoxos aún engordan más su Biblia con el Salmo 151, la Oración de Manasés, 3 y 4 Esdras, y 3 y 4 Macabeos, el Libro de las Odas y el Libro de los Salmos de Salomón. En adición a ellos, la Iglesia copta también acepta el Libro de Enoc, el Libro de los Jubileos, y algunos otros más.
Ahora bien, todas las iglesias cristianas coinciden sin embargo en un punto: la creencia común en casi toda la cristiandad supone la infalibilidad y/o inerrancia del texto bíblico, dando por sentado que la Biblia está exenta de todo error, siendo perfecta como palabra de Dios al hombre. Este concepto es similar a la doctrina de la sola scriptura, donde se considera que la Biblia contiene todo lo necesario para la salvación del hombre. En el credo de Nicea se confiesa la creencia de que el Espíritu Santo "ha hablado por medio de los profetas". Este credo ha sido sostenido por los católicos romanos, católicos ortodoxos, anglicanos, luteranos y la mayoría de denominaciones protestantes.

Para terminar vamos a dejar algunas opiniones de expertos en la materia:
El Diccionario de la Biblia para el intérprete editado en 1962 por George Arthur Buttrick, afirma: “Es seguro decir que no hay UNA SOLA FRASE en el Nuevo Testamento en la que la tradición manuscrita sea completamente uniforme”.
Jason David BeDuhn, doctor en estudios comparados de religiones, máster en divinidad, profesor de estudios religiosos, ganador del premio de la Academia Estadounidense de Religión en 2001, afirma: “He puesto en claro que toda traducción de la Biblia ha sido realizada por intereses creados, y que ninguna de las traducciones representa el ideal de un proyecto académico neutral”.
Bart Ehrman, erudito bíblico estadounidense, doctor en divinidad, experto en paleo cristianismo y jefe del Departamento de Estudios Religiosos en la Universidad de Carolina del Norte, afirma: “Hay más deficiencias en nuestros manuscritos bíblicos, que palabras hay en el Nuevo Testamento”.
Esto se debe, en palabras de Robert W. Funk, fundador del «Jesus Seminar» a que: “Se ha estimado que hay más de 70.000 variantes significativas en los manuscritos griegos del Nuevo Testamento. Tal montaña de variaciones ha sido reducida a un número manejable por las ediciones críticas modernas que ordenan, evalúan y eligen entre la miríada de posibilidades. Las ediciones críticas del Nuevo Testamento griego utilizadas por eruditos son, de hecho, creaciones de los críticos textuales y editores. No son idénticas a ninguno de los manuscritos antiguos sobrevivientes. Son una composición de muchas versiones distintas”.

domingo, 22 de abril de 2012

UN EJEMPLO

Me encanta la canción Imagine de John Lennon, es una de mis preferidas y por eso a veces siento repugnancia cuando es usada por sectas e iglesias varias que o bien no tienen la menor idea de su significado, o incluso la profanan y le quitan o cambian la frase “imagina un mundo sin religión”.
Pero hoy me gustaría que se conociese una versión diferente. Seguramente no será la más afinada, pero nunca de todas las veces que he escuchado esta canción me ha llegado tanto el significado de su mensaje.
Emmanuel Kelly es un joven originario de Irak que fue adoptado junto con su hermano Ahmed. Ambos sufren malformaciones en sus extremidades producto de la guerra química, y fueron rescatados por la que hoy es su madre Moira Kelly cuando estaban en un orfanato iraquí, tras haber sido abandonados en una caja de zapatos.
Ahora disfrutemos de esta maravillosa canción, interpretada por alguien que nos demuestra que la vida puede ser maravillosa y que la mejor manera de pasar por ella es desprendiéndonos del odio, el rencor y la sumisión al destino.
Agradecimientos a seamosmasanimalescomoellos.com, que han realizado la edición y traducción de este video.
 

miércoles, 18 de abril de 2012

EN DEFENSA DE CONCEPTOS CIENTÍFICOS

        

                 En mi peregrinar diario por diferentes blog, foros y páginas varias en el turbulento mundo de la Web,  no dejo de encontrarme con discursos y opiniones que usando torticeramente supuestos conceptos científicos intentan desprestigiar a la propia ciencia. No dejo de tropezarme con “sesudos” comentarios que pretenden darle una pátina científica a argumentaciones vacías o ilusiones carentes de toda lógica y pruebas que las sostengan, y que no tienen mejor manera de justificarse que rebajando hechos ciertos y probados por métodos científicos, equiparándolos con falacias que insultan la inteligencia humana, o exigiendo a la ciencia niveles de prueba y respuestas milimétricas que obvian totalmente en sus argumentos.
                Con estas líneas, que no pretenden ser más que un ensayo con el que descargar parte de la irritación que me causa la cabezonería ciega e irracional de quienes por otra parte se autoproclaman defensores de verdades únicas, me gustaría aclarar toda una serie de conceptos que permitan contextualizar de manera clara el uso y el abuso que padece la ciencia.
                Una de las mayores falacias con la que inevitablemente nos encontramos, es el desprecio o la negación de la Teoría de la Evolución con el tan manido argumento de que sólo es una teoría y que por lo tanto cualquier otra teoría es igual de válida. Antes de empezar a desarrollar el tema quiero resaltar el hecho de que he utilizado la palabra “falacia” para describir los ataques que se le lanzan, por que solo con falacias se puede obscurecer la verdad. Si se utilizasen mentiras estas serian fácilmente descubiertas a primera vista (ya se sabe el dicho “se pilla primero a un mentiroso que a un cojo”), por ello utilizan la falacia como método de argumentación que disimula su propia invalidez. Recordemos que la definición de falacia es: “razonamiento incorrecto que aparenta ser correcto”, o sea que una falacia no es tal porque la conclusión sea falsa, sino porque el razonamiento es erróneo.
                Decir “es solo una teoría”, es intentar descalificarla y ponerla a la misma altura no ya de una mera hipótesis, sino rebajarla a una simple suposición. Y es precisamente en la utilización de esta falacia donde reside la gravedad y perfidia de esta expresión, porque la Teoría de la Evolución es nada más y nada menos que una Teoría Científica con el nivel probatorio, de credibilidad, y conocimiento que ello representa. Una teoría científica es el más alto grado de explicación de cualquier hecho, es totalmente equiparable en cuanto a graduación a una Ley Universal, con la salvedad de que las Leyes universales solo tienen aplicación en matemáticas y en física, pero en cualquiera de las demás disciplinas científicas el más alto grado de conocimiento es el que se desprende de una Teoría.
                Una Teoría Científica es el planteamiento de un sistema hipotético-deductivo que constituye una explicación o descripción científica a un conjunto relacionado de observaciones o experimentos, es un paradigma establecido que explica gran parte o la totalidad de los datos con que se cuenta y ofrece predicciones válidas verificables. Y a esa descripción de conocimientos se la denomina Teoría solamente cuando tiene una base empírica firme, esto es, cuando:
  • ·         Es consistente con la teoría preexistente en la medida en que ésta haya sido verificada experimentalmente, aunque frecuentemente mostrará que la teoría preexistente es falsa en un sentido estricto.
  • ·         Es sostenida por muchas líneas de evidencia en vez de una sola fundación, asegurando de esta manera que probablemente, si no totalmente correcta, por lo menos es una buena aproximación.
  • ·         Ha sobrevivido, en el mundo real, a muchas pruebas críticas que la podrían haber falsificado.
  • ·         Hace predicciones que pueden algún día ser utilizadas para falsearla.
  • ·         Es la mejor explicación conocida, en el sentido de la Navaja de Occam, de entre la infinita variedad de explicaciones alternativas para los mismos datos.
Hay dos categorías de ideas que pueden desembocar en teorías: si una suposición no es respaldada por observaciones se conoce como una conjetura, en cambio, si es así respaldada, es una hipótesis. Muchas hipótesis resultan ser falsas y, por lo tanto, no evolucionan. Una buena teoría ha de ser capaz de realizar predicciones confirmables mediante nuevos experimentos u observaciones. Una teoría corroborada amplía el campo explicativo y permite actualizar el conocimiento de los hechos que se tienen del mundo. Las teorías actúan como hipótesis complejas sobre conjuntos de leyes establecidas por las teorías anteriores. Las observaciones experimentales las convierten en teorías científicas aceptadas como epistemológicamente válidas por la comunidad científica.
      Y por supuesto, una Teoría Científica JAMAS podrá ser reemplazada por meras conjeturas, hipótesis, suposiciones, presunciones, o cualquier creencia basada en experimentos no repetibles, anécdotas, opinión popular ó "sabiduría de los antiguos". Sin embargo, cualquier teoría  permite ser ampliada a partir del contraste de sus predicciones con los datos experimentales, e incluso pueden ser modificadas o corregidas, mediante razonamientos inductivos. La ciencia se constituye y, sobre todo, se construye por la ampliación de ámbitos explicativos mediante la sucesión de teorías que, aun manteniendo su valor de verdad en su ámbito explicativo, son falseadas por las teorías que le siguen. Un claro ejemplo lo tenemos en la Teoría Geocéntrica (la tierra como centro del universo y este girando a su alrededor), que fue desplazada por la Teoría Heliocéntrica que siendo formulada por Copérnico, fue en sucesivas ocasiones modificada y corregida por Galileo, Bruno, Kepler, Newton y perfeccionada por la Teoría de la Relatividad de Einstein. Por lo tanto es un insulto a la inteligencia la afirmación, que demasiado a menudo leo y escucho, de que la Teoría de la Evolución ya no es válida, o que “alguien” ha demostrado su falsedad, etc. Solamente podrá ser reemplazada por otra teoría que con mejores EVIDENCIAS demostrables nos aporte una mejor explicación.


Otra de las falacias con las que se intenta desprestigiar a la Teoría de la Evolución, es o bien pidiéndole explicaciones para las que no fue confeccionada, o resaltando aquellos puntos en los que no llega a dar explicación. Sobre todo me he encontrado con afirmaciones como que no puede explicar el origen de la vida, cuando resulta que la Evolución lo que nos explica es como se produce el avance de las especies, sin entrar en valoraciones o hipótesis sobre el origen de la vida. Es lo mismo que si quisieran desprestigiar el Teorema de Pitágoras por que con el no somos capaces de hallar el diámetro de una circunferencia. Y en cuanto a todos aquellos puntos para los que aún no da respuesta (por ejemplo que no explica la diferenciación de sexos en las especies), solamente desde la ignorancia más absoluta sobre el método científico se puede hacer afirmaciones tan infantiles. Una Teoría Científica no es la respuesta final, no es la solución, es nada más y nada menos que el punto de partida que nos permite tratar un problema. Ignorar todas las respuestas que nos da, incidiendo simplemente en aquello para lo que aún no encuentra solución, es como subir una montaña y en vez de admirar el paisaje preguntar porqué no hay un bar con terraza para sentarnos a tomar algo. Es un desprecio por todas las nuevas áreas de investigación científica (la genética, la sistemática, la paleontología, la embriología, la anatomía comparada, la biología molecular….) que usan las múltiples hipótesis derivadas de la teoría para avanzar en campos diversos entre los que podemos destacar los que nos permiten mejorar las vacunas y los medicamentos.
      Precisamente es tan amplio el abanico de disciplinas científicas el que usa la teoría evolutiva que como era de esperar surgen controversias, y dentro de los distintos campos de actuación hay diferentes posturas, disparidad de aceptación de diversas hipótesis, y voces altamente cualificadas que desean incorporar ó reformar diversos aspectos de la Teoría, pero esto no es más que una prueba de su amplitud y de su utilidad y no se ha formulado ningún parámetro que intente anular el proceso evolutivo de las especies, lo que no quita ni un ápice de interés a todos los intentos de sumar nuevas formas de interpretar y ver el proceso biológico de la evolución. Sin entrar en formulaciones o palabrería que le es propia a las cuestiones científicas y que nos podrían resultar difíciles de asimilar, lo que es aceptado de manera universal es el HECHO EVOLUTIVO y por decirlo de manera llana simplemente hay ciertos debates sobre como, a que velocidad ó bajo qué parámetros se ha ido desarrollando; y si el proceso evolutivo puede ser causado por diferentes mecanismos, tales como la selección natural, la deriva genética, la mutación y la migración o flujo genético, pero nadie dentro del mundo de la ciencia pone en duda la evolución.
Otra de las formas de intentar desprestigiar la Evolución es la tan machacona petición que se le hace a la ciencia sobre que esta muestre “el eslabón perdido”. El problema es que cada vez que la arqueología o la antropología han descubierto un nuevo ejemplar de fósiles que sirvieran de unión, de escalera que pone la evidencia innegable del proceso evolutivo, los negacionistas no son capaces de ver la unión y solo constatan que donde antes había un hueco ahora para ellos hay dos. Me gustaría intentar exponer este tema con una analogía que cuando la escuché por primera vez me explicó de una manera bien sencilla el sinsentido de la búsqueda de ese eslabón perdido.
      Todos sabemos que nuestra lengua procede del latín, de la misma manera que el italiano o el francés por poner solo dos ejemplos, y podemos ver claramente como es un proceso evolutivo si acompañamos al idioma a través de su viaje por el tiempo. El latín nace en la antigua Roma y aún hoy día es usado en disciplinas como el derecho o para nombres científicos, pero su extensión por el imperio le hizo evolucionar hasta llegar a los idiomas que son oficiales hoy en día. Los primeros escritos que nos han llegado son del siglo VII a.c., y ya antes de nuestra era había evolucionado a formas diversas entre las que estaban el latín literario, el estándar y el vulgar. La unión que tuvo con diversas lenguas vernáculas de los lugares donde se fue implementando le hizo evolucionar y de paso enriquecerse hacia las lenguas romances. Tras la caída del imperio romano, el latín queda anclado simplemente como lengua escrita y los diferentes pueblos que lo hablaban fueron evolucionando hacia nuevos idiomas con todos los elementos lingüísticos que iban sumando, por ejemplo el español recibiría el importantísimo aporte de las lenguas árabes tras más de siete siglos de contacto directo y la extraordinaria contribución de las lenguas indígenas con la colonización de las tierras americanas. De hecho y a pesar de tener las mismas aportaciones, la cuestión simple de cómo se produce una evolución por meras cuestiones geográficas es bien visible en la península ibérica, donde se evoluciona hacia idiomas tan dispares como el catalán, el gallego o el portugués, de la misma manera que solo por cuestiones geográficas y de aportes culturales propios de cada zona es explicable, que el mismo idioma evolucione de manera tan diferente y a día de hoy sea tan diferente la forma de hablar de un mexicano, un peruano, un brasileño, un argentino ó un hispano residente en EEUU. Esta evolución del lenguaje, es aplicable en una visión sobre la evolución de las especies y pedir que se revele un “eslabón perdido” es lo mismo que pedir que se muestre una madre que hablase latín y que hubiera tenido un niño hablando ya español ó francés.


Me gustaría acabar con una defensa de la figura de Darwin, al que se ha demonizado como el inventor de una teoría demoníaca. Charles Darwin fue quien sintetizó un cuerpo coherente de observaciones que consolidaron el concepto de la evolución biológica en una verdadera teoría científica, pero ya en su primera edición dejo constancia de cuales eran sus precursores. Por que si bien fue él quien desarrolló y  publicó la Teoría de la Evolución, la semilla de esa idea ya había sido sembrada desde tiempos inmemoriales. Así,  Anaximandro (610-546 a. C.) propuso que los primeros animales vivían en el agua y que los animales terrestres fueron generados a partir de ellos. Empédocles (490-430 a. C.) escribió acerca de un origen no sobrenatural de los seres vivos, sugiriendo que la adaptación no requiere un organizador o una causa final.  Aristóteles (384-322 a. C.), uno de los filósofos griegos más influyentes, expone las relaciones existentes entre los seres vivos como una scala naturae (tal como se describe en Historia animalium) en la que los organismos se clasifican de acuerdo con una estructura jerárquica, «escalera de la vida» o «cadena del Ser», ordenándolos según la complejidad de sus estructuras y funciones, con los organismos que muestran una mayor vitalidad y capacidad de movimiento descritos como «organismos superiores.
Algunos antiguos pensadores chinos expresaron ideas sobre el cambio de las especies biológicas. Zhuangzi, un filósofo taoísta que vivió alrededor del siglo IV a. C., mencionó que las formas de vida tienen una habilidad innata o el poder para transformarse y adaptarse a su entorno. Según el taoísmo se niega explícitamente la fijeza de las especies biológicas y los filósofos taoístas especularon que las mismas han desarrollado diferentes atributos en respuesta a distintos entornos. De hecho, el taoísmo se refiere a los seres humanos, la naturaleza y el cielo como existentes en un estado de «constante transformación», en contraste con la visión más estática de la naturaleza típica del pensamiento occidental.
Jean-Baptiste Lamarck (1744-1829) formuló la primera teoría de la evolución. Propuso que la gran variedad de organismos, que en aquel tiempo se aceptaba que eran formas estáticas creadas por Dios, habían evolucionado desde formas simples; postulando que los protagonistas de esa evolución habían sido los propios organismos por su capacidad de adaptarse al ambiente: los cambios en ese ambiente generaban nuevas necesidades en los organismos y esas nuevas necesidades conllevarían una modificación de los mismos que sería heredable.
Al final, Charles Darwin publicó “El origen de las especies” impulsado sobre todo por una carta de Alfred Russel Wallace, en la cual revelaba su propio descubrimiento de la selección natural, pero este descubrimiento a buen seguro se habría producido mucho antes si no hubiera habido más de doce siglos de oscurantismo religioso que obligaba al hombre a vivir de espaldas al sentido común y en completa ignorancia sobre todo aquello que se atreviese a contradecir un inútil texto sagrado.
            Y a día de hoy, aún hay gente que niega los HECHOS y las EVIDENCIAS que nos muestran la arqueología, la genética, la biología, la antropología y muchas otras ciencias, y a cambio nos ofrecen la fábula de un ser divino cogiendo un puñado de barro, dándole forma humana e insuflándole la vida a través de la nariz, para al poco tiempo darse cuenta de que estaba incompleto y buscarle una “ayuda” para lo que le hizo entrar en un profundo sueño y tomando una de sus costillas crear a la mujer. Pues vale.

lunes, 9 de abril de 2012

TRAS LA SEMANA SANTA





                Ahora que ya han pasado estos días tan místicos para el cristianismo, donde se regocijan y celebran el supuesto martirio, tortura y muerte de un ser humano para así lograr la salvación y el perdón de los pecados, hecho este en si mismo que si se despoja de cultos religiosos no puede ser considerado de otra manera que no sea de abominable  y perverso para la condición humana, creo que sería interesante hablar sobre el tema y revelar algunas de las profundas mentiras que en estos relatos se cuentan y que por imposición de la tradición los cristianos se creen a pies juntillas.
                En primer lugar hay que darse cuenta de cuan difícil resulta el poder establecer unos hechos sin tener el menor indicio de que estos hechos sean reales en un contexto histórico. El gran problema del cristianismo, es que todo lo que nos cuenta sobre la figura y el mensaje de su mesías tenemos que creérselo simplemente porque ellos nos lo dicen. No existen documentos históricos que nos digan nada sobre Jesús, en las fuentes paganas (Tácito y Seutonio) simplemente se constata que existían cristianos ya en el siglo II y en los escritos judíos (el Talmud) se habla de un tal Yeshua que sólo coincide en algunos puntos con lo expuesto por los cristianos. Por lo tanto únicamente podemos guiarnos por lo que nos relatan los evangelios, pero estos textos, como confesión de fe que son, resultan interesados, unilaterales, apologéticos, mitificados y con tantos vacíos y silencios sospechosos que parecen difícilmente aceptables para cualquier historiador que pretenda ser riguroso y objetivo.
                Aún así, vamos a dar por buenos los textos evangélicos aunque no se hayan empezado a escribir sino tras pasar más de 50 años de los hechos que relatan. Y como la base fundamental del cristianismo es precisamente la pasión, muerte y sobre toda la resurrección del que ellos consideran dios hecho hombre en la figura de Jesús, vamos a relatar las incoherencias que reflejan los textos neotestamentarios sobre la resurrección de su mesías y sus posteriores “apariciones”.
                 Si fuésemos unos profanos desconocedores de las historias de la resurrección de Jesús, lo mínimo que esperaríamos encontrar es unos relatos que fuesen coherentes, que estuviesen bien documentados, que tuvieran una mínima concordancia entre ellos y algún tipo de solidad que les diese una bien merecida credibilidad. Pero resulta que una lectura de los evangelios nos dan la impresión contraria, si algo se puede resaltar de ellos es precisamente su incoherencia y contradicciones,  Basta con comparar los relatos de todos ellos para darse cuenta de la fragilidad de su estructura interna y, por tanto, de su escasa credibilidad.



      Después de que Jesús expirase en la cruz, según refiere Mateo, «llegada la tarde, vino un hombre rico de Arimatea, de nombre José, discípulo de Jesús. Se presentó a Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús. Pilato entonces ordenó que le fuese entregado [puesto que estaba en poder del juez]. Él, tomando el cuerpo, lo envolvió en una sábana limpia y lo depositó en su propio sepulcro, del todo nuevo, que había sido excavado en la peña, y corriendo una piedra grande a la puerta del sepulcro, se fue. Estaban allí María Magdalena y la otra María, sentadas frente al sepulcro» (Mt 27,57-61).
    En la versión de Marcos, José de Arimatea es ahora un «ilustre consejero (del Sanedrín), el cual también esperaba el reino de Dios» (Mc 15,43) y Pilato no reclama el cuerpo de Jesús al juez sino al centurión que controló la ejecución: «Informado del centurión, dio el cadáver a José, el cual compró una sábana, lo bajó, lo envolvió en la sábana y lo depositó en un monumento que estaba cavado en la peña, y volvió la piedra sobre la entrada del monumento. María Magdalena y María la de José miraban dónde se le ponía» (Mc 15,45-47).
    El relato que proporciona Lucas, en Lc 23,50-56, es sustancialmente coincidente con este de Marcos, pero en Juan la historia ocurre en un contexto llamativamente diferente: «Después de esto rogó a Pilato José de Arimatea, que era discípulo de Jesús, aunque en secreto por temor de los judíos, que le permitiese tomar el cuerpo de Jesús, y Pilato se lo permitió. Vino, pues, y tomó su cuerpo. Llegó Nicodemo, el mismo que había venido a Él de noche al principio, y trajo una mezcla de mirra y áloe, como unas cien libras. Tomaron, pues, el cuerpo de Jesús y lo fajaron con bandas y aromas, según es costumbre sepultar entre los judíos. Había cerca del sitio donde fue crucificado un huerto, y en el huerto un sepulcro nuevo, en el cual nadie aún había sido depositado. Allí, a causa de la Parasceve de los judíos, por estar cerca el monumento, pusieron a Jesús» (Jn 19,38-42).
      Ahora José de Arimatea es «discípulo de Jesús» y no parece ser miembro del Sanedrín judío; esa víspera del sábado surge de la nada Nicodemo, que le ayuda a transportar el cadáver de Jesús y lo amortajan (en los otros Evangelios, como veremos enseguida, eran varías mujeres las que iban a amortajarle y eso sucedía en la madrugada del domingo); y se le entierra en un sepulcro que ya no es señalado como propiedad de José de Arimatea y al que se recurre «por estar cerca». Retomando el texto de Mateo seguimos leyendo: «Al otro día, que era el siguiente a la Parasceve, reunidos los príncipes de los sacerdotes y los fariseos ante Pilato, le dijeron: Señor, recordamos que ese impostor, vivo aún, dijo: Después de tres días resucitaré. Manda, pues, guardar el sepulcro hasta el día tercero, no sea que vengan sus discípulos, le roben y  digan al pueblo: Ha resucitado de entre los muertos. (...) Ellos fueron y pusieron guardia al sepulcro después de haber sellado la piedra» (Mt 27,62-66). Estos versículos afirman al menos dos cosas: que era conocida por todos la advertencia de Jesús acerca de su resurrección al tercer día y que el sepulcro estaba guardado por soldados romanos. Y por cierto, de una sola tacada, toma por estúpidos al Sanedrín judío, a los soldados romanos y al lector de sus versículos ya que, si los sacerdotes judíos pensaron que Jesús había resucitado de verdad, no tenía ningún sentido pagar para ocultar algo tan grande que acabaría por saberse de alguna forma (nadie resucita para mantenerlo oculto) y, por otra parte, si los guardias romanos hubiesen confesado haberse dejado robar el cuerpo de Jesús mientras dormían, se les habría ejecutado inmediatamente, con lo que el dinero recibido les iba a servir de bien poco.                     
     El relato de Mateo prosigue: «Pasado el sábado, ya para amanecer el día primero de la semana, vino María Magdalena con la otra María [María de Betania] a ver el sepulcro. Y sobrevino un gran terremoto, pues un ángel del Señor bajó del cielo y acercándose removió la piedra del sepulcro y se sentó sobre ella. Era su aspecto como el relámpago, y su vestidura blanca como la nieve. De miedo de él temblaron los guardias y se quedaron como muertos. El ángel, dirigiéndose a las mujeres, dijo: No temáis vosotras, pues sé que buscáis a Jesús el crucificado. No está aquí; ha resucitado, según lo había dicho...» (Mt 28,1-6).
     La versión de Marco difiere sustancialmente de esta de Mateo ya que relata el suceso de esta otra forma: «Pasado el sábado, María Magdalena, María la de Santiago y Salomé compraron aromas para ir a ungirle muy de madrugada, el primer día después del sábado, en cuanto salió el sol, vinieron al monumento. Se decían entre sí ¿Quién nos removerá la piedra de la entrada del monumento? Y mirando, vieron que la piedra estaba removida; era muy grande. Entrando en el monumento, vieron a un joven sentado a la derecha, vestido de una túnica blanca, y quedaron sobrecogidas de espanto...» (Mc 16,1-5) y, como en Mateo, el antes ángel ahora joven ordenó a las mujeres que dijeran a los discípulos que debían encaminarse hacia Galilea para poder ver allí a Jesús.
    En Lucas se dice: «Y encontraron removida del monumento la piedra, y entrando, no hallaron el cuerpo del Señor Jesús. Estando ellas perplejas sobre esto, se les presentaron dos hombres vestidos de vestiduras deslumbrantes. Mientras ellas se quedaron aterrorizadas y bajaron la cabeza hacia el suelo, les dijeron: ¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí; ha resucitado, (...) y volviendo del monumento, comunicaron todo esto a los once y a todos los demás. Eran María la Magdalena, Juana y María de Santiago y las demás que estaban con ellas. Dijeron esto a los apóstoles pero a ellos les parecieron desatinos tales relatos y no las creyeron. Pero Pedro se levantó y corrió al monumento, e inclinándose vio sólo los lienzos, y se volvió a casa admirado de lo ocurrido» (Lc 24,1-12).
    Nótese que el antes ángel y después joven es ahora «dos hombres» —y que ya no mandan ir hacia Galilea dado que, según se dice algo más abajo, en Lc 24,13-15, Jesús resucitado acudió al encuentro de los discípulos en Emaús—; las tres mujeres se han convertido en una pequeña multitud; y Pedro visita el sepulcro personalmente.
    Según Juan, «El día primero de la semana, María Magdalena vino muy de madrugada, cuando aún era de noche, al monumento, y vio quitada la piedra del monumento. Corrió y vino a Simón Pedro y al otro discípulo a quien Jesús amaba, y les dijo: Han tomado al Señor del monumento y no sabemos donde le han puesto. Salió, pues, Pedro y el otro discípulo y fueron al monumento. Ambos corrían; pero el otro discípulo corrió más aprisa que Pedro y llegó primero al monumento, e inclinándose, vio las bandas; pero no entró. Llegó Simón Pedro después de él, y entró en el monumento y vio las fajas allí colocadas, y el sudario. (...) Entonces entró también el otro discípulo que vino primero al monumento, y vio y creyó; porque aún no se habían dado cuenta de la Escritura, según la cual era preciso que El resucitase de entre los muertos. Los discípulos se fueron de nuevo a casa. María se quedó junto al monumento, fuera, llorando. Mientras lloraba se inclinó hacia el monumento, y vio a dos ángeles vestidos de blanco, sentados uno a la cabecera y otro a los pies de donde había estado el cuerpo de Jesús. Le dijeron: ¿Por qué lloras, mujer? Ella les dijo: Porque han tomado a mi Señor y no sé dónde le han puesto. Diciendo esto, se volvió para atrás y vio a Jesús que estaba allí, pero no conoció que fuese Jesús...» (Jn 20,1-18).
    Ahora son dos y no uno o ninguno los discípulos que acuden al sepulcro, pero una sola la mujer (que ya no va a ungir el cuerpo de Jesús); en su alucinante metamorfosis, el ángel/joven/dos hombres se ha convertido en «dos ángeles» que aparecen situados en una nueva posición, que pronuncian palabras diferentes a sus antecesores en el papel y que, como en Lucas, tampoco ordenan ir a ninguna parte dado que Jesús no espera a Galilea o Emaús para aparecerse y lo hace allí mismo, junto a su propia tumba.            


                                     
    Si resumimos la escena tal como la atestiguan los cuatro evangelistas inspirados por el Espíritu Santo obtendremos el siguiente cuadro: en Mateo las mujeres van a ver el sepulcro; se produce un terremoto; baja un ángel del cielo; remueve la piedra de la entrada de la tumba y se sienta en ella; y deja a los guardias «como muertos».                                               
    En Marcos las mujeres (que ya no son sólo las dos Marías puesto que se suma Salomé) van a ungir el cuerpo de Jesús; no hay terremoto; la piedra de la entrada ya está quitada; un joven está dentro del monumento sentado a la derecha; y los guardias se han esfumado.                                        
    En Lucas, las mujeres, que siguen llevando ungüentos, son las dos Marías, Juana, que sustituye a Salomé, y «las demás que estaban con ellas»; tampoco hay terremoto ni guardias; se les presentan dos hombres, aparentemente procedentes del exterior del sepulcro; se les anuncia que Jesús se les aparecerá en Emaús y no en Galilea, tal como se dice en los dos textos anteriores; y Pedro da fe del hecho prodigioso.
    En Juan sólo hay una mujer, María Magdalena, que no va a ungir el cadáver; no ve a nadie en el sepulcro y corre a avisar no a uno sino a dos apóstoles, que certifican el suceso; después de esto, mientras María llora fuera del sepulcro, se aparecen dos ángeles, sentados en la cabecera y los pies de donde estuvo el cuerpo del crucificado; y Jesús se le aparece a la mujer en ese mismo momento. En lo único en que coinciden todos es en la desaparición del cuerpo de Jesús y en la vestimenta blanco/luminosa que llevaba el transformista ángel/ joven/dos hombres/dos ángeles.
    No hace falta ser ateo o malicioso para llegar a la evidente conclusión de que estos pasajes no pueden tener la más mínima credibilidad. No hay explicación alguna para la existencia de tantas y tan graves contradicciones en textos supuestamente escritos por testigos directos y redactados dentro de un periodo de tiempo de unos treinta a cuarenta años entre el primero (Marcos) y el último (Juan), e inspirados por Dios... salvo que la historia sea una pura elaboración mítica, para completar el diseño de la personalidad divina de Jesús asimilándola a las hazañas legendarias de los dioses solares jóvenes y expiatorios que le habían precedido, entre los que estaba Mitra, su competidor directo en esos días, que no sólo había tenido una natividad igual a la que se adjudicará a Jesús sino que también había resucitado al tercer día.
    Si leemos entre líneas los versículos citados, podremos darnos cuenta de algunas pistas interesantes para comprender mejor el ánimo de sus redactores. Marcos, el primer texto evangélico escrito, obra del traductor del apóstol Pedro, esbozó el relato mítico con prudencia y evitó las alharacas sobrenaturales innecesarias. Mateo, por el contrario, a pesar de que se inspiró en Marcos para escribir su obra, siguió siendo fiel a su estilo y se regocijó en adaptar leyendas paganas orientales al mito de Jesús, por eso, ya fuese por obra del verdadero Mateo o del redactor que puso a punto la versión actual de su Evangelio en Egipto, en su texto aparecen, pero no en los demás, los típicos terremotos y seres celestiales bajados del cielo propios de las leyendas paganas que vimos en apartados anteriores. El médico Lucas, ayudante de Pablo, que se inspiró en Marcos y Mateo puesto que jamás trató con nadie relacionado con Jesús, adoptó la misma mesura que Marcos y, dado que escribió en Roma, eliminó del relato las referencias celestiales exóticas y aquellas que pudiesen herir susceptibilidades entre los romanos. Como su objetivo fue demostrar la veracidad del cristianismo (y también de este hecho, claro está) recurrió a sus típicas exageraciones y manipulaciones en pos de asegurarse la credibilidad. Por eso convirtió en hombre maduro a quien había sido un joven o un ángel y dobló su presencia para mejor testimonio.
      Otro tanto sucedió con las mujeres, a las que ni él ni Pablo concedían demasiada credibilidad, que presentó como a un grupo numeroso para así poder compensar en alguna medida su credulidad genética gracias a la cantidad de testimonios coincidentes; pero, aún así, Lucas creyó necesario incluir el testimonio de un varón para que el relato pareciese razonable y ahí hizo su aparición Pedro. El apóstol Pedro no sólo gozaba de credibilidad entre la comunidad judeocristiana sino que era el oponente más duro de Pablo, así que al incluirlo en el relato se lograban dos cosas a la vez: dar veracidad al hecho por su testimonio de varón y materializar una sutil venganza en su contra mermándole su masculinidad y prestigio al presentarlo solo en medio de un grupo de mujeres.
     En Juan, el más místico de los cuatro, los hombres volvieron a ser transformados en ángeles (dos, por supuesto), la mujer fue una sola y con un papel totalmente pasivo y, en sintonía con la conocida pasión que evidencia el redactor de este Evangelio por el Jesús divino, no pudo aguardar para hacerle aparecer en Galilea y le hizo materializarse en su propia sepultura para mayor gloria. Pero vemos también que en este relato aparecen dos discípulos, Pedro y «el otro discípulo a quien Jesús amaba»; al margen de comprobar otra vez como a cada nuevo evangelio se va doblando la cantidad de testigos, la elección de estos dos hombres no es casual. Pedro debía aparecer puesto que antes lo había situado Lucas en la escena, pero el otro tenía que figurar también dado que se trataba de la fuente de quien supuestamente partía ese relato.
     El autor del Evangelio de Juan no fue el apóstol Juan, sino el griego Juan «el Anciano»  que se basó en las memorias del judío Juan el Sacerdote, el «discípulo querido». En los versículos de Juan se presenta a Juan el Sacerdote corriendo hacia el sepulcro junto a Pedro, pero ganándole la carrera, que por algo éste es su texto particular, con lo que quedaba sutilmente valorado por encima de Pedro. Juan fue el primero en ver la tela del sudario pero, sin embargo, fue Pedro quien entró por delante en la sepultura; la razón para ello es bien simple: dado su oficio sacerdotal, Juan, para no adquirir impureza, no podía penetrar en el sepulcro hasta saber con certeza que allí ya no había ningún cadáver; cuando Pedro se lo confirmó, él también entró «vio y creyó». Al igual que ocurre en toda la Biblia, las motivaciones humanas de los escritores dichos sagrados son tan poderosas y visibles que oscurecen cuantos rincones se pretenden llenos de luz divina.                                                                   
     Repasando lo que se dice en el Nuevo Testamento acerca de la actitud de los discípulos frente a la resurrección de Jesús volvemos quedar sorprendidos ante la incredulidad que demuestran éstos al recibir la noticia. En Mt 27,63-64, tal como ya pudimos leer, se dice que era tan notorio y conocido por todos que Jesús había prometido resucitar al tercer día que el Sanedrín forzó a Pilato a poner guardias ante el sepulcro y a sellar su entrada. Y en Lucas se refresca la memoria de las mujeres desconsoladas ante la sepultura vacía diciéndoles: «Acordaos cómo os habló [Jesús] estando aún en Galilea, diciendo que el Hijo del hombre había de ser entregado en poder de pecadores, y ser crucificado, y resucitar al tercer día» (Lc 24,7).
    Todos estaban, pues, advertidos, pero a los apóstoles, según sigue diciendo Lc24,l 1, «les parecieron desatinos tales relatos [el sepulcro vacío que habían encontrado las mujeres] y no los creyeron». Las mujeres de Mc 16,8 «a nadie dijeron nada» aunque a renglón seguido María Magdalena se lo contaría a los apóstoles que «oyendo que vivía y que había sido visto por ella, no lo creyeron» y, a más abundamiento, «Después de esto se mostró en otra forma a dos de ellos [apóstoles] que iban de camino y se dirigían al campo. Éstos, vueltos, dieron la noticia a los demás; ni aun a éstos creyeron» (Mc 16,12-13). En Juan, Pedro y Juan el Sacerdote «aún no se habían dado cuenta de la Escritura, según la cual era preciso que Él resucitase de entre los muertos» (Jn 20,9).
    A Pedro, en especial, se le presenta en los Evangelios rechazando con vehemencia la posibilidad de la pasión y recibiendo por ello un durísimo reproche de parte de Jesús, pero ¿cómo podía seguir mostrándose incrédulo ante la noticia de la resurrección de su maestro alguien que había visto fielmente cumplidos los vaticinios de Jesús acerca de su detención y muerte así como el que advertía que él mismo le negaría tres veces? Resulta ilógico pensar que apóstoles, que habían sido testigos directos de los milagros que se atribuyen a Jesús, entre ellos el de la resurrección de la hija de Jairo, jefe de la sinagoga judía gerasena, y la de Lázaro, no pudiesen creer que su maestro fuese capaz de escapar de la muerte tal corno tan repetidamente había anunciado si hemos de creer en los versículos siguientes:                                    
    En Mc 8,31 Jesús, reunido con sus apóstoles, «Comenzó a enseñarles cómo era preciso que el Hijo del hombre padeciese mucho, y que fuese rechazado por los ancianos y los príncipes de los sacerdotes y los escribas, y que fuese muerto y resucitara después de tres días. Claramente se hablaba de esto». Mientras todos estaban atravesando el lago de Galilea, según Mc 9,30-32, Jesús «iba enseñando a sus discípulos y les decía: El Hijo del hombre será entregado en manos de los hombres y le darán muerte, y muerto, resucitará al cabo de tres días. Y ellos no entendían esas cosas, pero temían preguntarle». La tercera predicción de Jesús acerca de su inminente pasión figura en Mc 10,33-34 cuando se dice: «Subimos a Jerusalén, y el Hijo del hombre será entregado a los príncipes de los sacerdotes y a los escribas, que le condenarán a muerte y le entregarán a los gentiles, y se burlarán de Él y le escupirán, y le azotarán y le darán muerte, pero a los tres días resucitará.» Y en Mc 14,28-29, mientras se dirigían hacia el monte de los Olivos, encontramos a Jesús afirmando: «Pero después de haber resucitado os precederé a Galilea».
    La inexplicable incredulidad de los apóstoles ante la noticia de la resurrección de Jesús resulta aún mucho más alarmante cuando leemos el testimonio de Mateo acerca del suceso que siguió a la muerte del mesías judío: «Jesús, dando de nuevo un fuerte grito, expiró. La cortina del templo se rasgó de arriba abajo en dos partes, la tierra tembló y se hendieron las rocas; se abrieron los monumentos, y muchos cuerpos de santos que dormían, resucitaron, y saliendo de los sepulcros, después de la resurrección de Él, vinieron a la ciudad santa y se aparecieron a muchos. El centurión y los que con él guardaban a Jesús, viendo el terremoto y cuanto había sucedido, temieron sobremanera y se decían: Verdaderamente, éste era el hijo de Dios...» (Mt 27,50-54).
    Ante este testimonio inspirado de Mateo sólo caben dos conclusiones: o el relato es una absoluta mentira, con lo que también se convierte en una invención el resto de la historia de la resurrección, o la humanidad de esa época presentaba el nivel de cretinez más elevado que jamás pueda concebirse. Una convulsión como la descrita no sólo hubiese sido la «noticia del siglo» a lo largo y ancho del Imperio romano sino que, obviamente, tendría que haber llevado a todo el mundo, judíos y romanos incluidos, con el sumo sacerdote y el emperador al frente, a peregrinar ante la cruz del suplicio para aceptar al ejecutado como el único y verdadero «hijo de Dios», tal como supuestamente apreciaron, con buen tino, el centurión y sus soldados; pero en lugar de eso, nadie se dio por aludido en una sociedad hambrienta de dioses y prodigios, ni cundió el pánico entre la población —máxime en una época en la que buena parte de los judíos esperaban el inminente fin de los tiempos, cosa que también había creído y predicado el propia Jesús—, ni tan siquiera logró que los apóstoles sospechasen que allí estaba a punto de suceder algo maravilloso y por eso les pilló como fuera de juego la nueva de la resurrección. Es el colmo de los colmos del absurdo.                                                                   
    Además, ¿cómo no iban a llamar la atención y despertar la alarma los muchos santos que, según Mateo, salieron de sus tumbas y se pasearon por Jerusalén entre sus moradores? Unos santos de los que, por cierto, no se dice quiénes eran (ni la razón de su santidad), ni quiénes los reconocieron como tales, ni a quiénes se aparecieron y que, tal como expresa el texto, resucitaron antes que el propio Jesús, con lo que se invalida absolutamente la doctrina de que la resurrección de los muertos llegó sólo a consecuencia (y después) de la protagonizada por Jesús. Los santos resucitados de Mateo acabaron por convertirse en un buen problema para la Iglesia.



    Si, hartos de tanta contradicción, intentamos descubrir algún indicio sobre el fundamento de la resurrección, nos meteremos de nuevo en medio de otro mar de dudas distinto y no menos insalvable. Es creencia común entre los cristianos actuales que Jesús posee el poder de resucitar a los muertos en el día del Juicio Final pero, sorprendentemente, ni Mateo, ni Marcos, ni Lucas dijeron palabra alguna a este respecto ¿no se habían enterado de tan buena nueva?, sólo el místico y esotérico Juan, en la primera década del siglo II d.C., vino a llenar este incomprensible vacío con versículos como los siguientes: «Porque ésta es la voluntad de mi Padre, que todo el que ve al Hijo y cree en El tenga la vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día» (Jn 6,40); «Nadie puede venir a mí si el Padre, que me ha enviado, no le trae, y yo le resucitaré en el último día» (Jn 6,44); o «El que come mi carne y bebe mi sangre tiene la vida eterna y yo le resucitaré el último día» (Jn 6,54). Lucas, cuando escribió los Hechos de los Apóstoles, tampoco mostró que su jefe Pablo estuviese convencido del papel a jugar por Jesús respecto a la resurrección final, ya que cuando el apóstol de los gentiles se halló delante del procurador romano le dijo: «Te confieso que sirvo al Dios de mis padres con plena fe en todas las cosas escritas en la Ley y en los Profetas, según el camino que ellos llaman secta, y con la esperanza en Dios que ellos mismos tienen de la resurrección de los justos y de los malos...» (Act 24,14-15). Pablo, como judío, reservaba a Dios la capacidad de resurrección, no al Jesús divinizado o a cualquier otro.
    Pero, por mucha fe que se le ponga, resulta de nuevo imposible obviar las disparidades que aparecen en el Nuevo Testamento cuando se relata el hecho memorable —según cabe suponer— de la aparición de Jesús ya resucitado a los apóstoles.
    En Mateo, después que las dos Marías encontraran el sepulcro vacío y se dirigieran corriendo a comunicarlo a los discípulos, «Jesús les salió al encuentro, diciéndoles: Salve. Ellas, acercándose, asieron sus pies y se postraron ante El. Díjoles entonces Jesús: No temáis; id y decid a mis hermanos que vayan a Galilea y que allí me verán» (Mt 28,9); y el relato concluye diciendo que «Los once discípulos se fueron [desde Jerusalén] a Galilea, al monte que Jesús les había indicado, y, viéndole, se postraron, aunque algunos vacilaron, y acercándose Jesús, les dijo: Me ha sido dado todo el poder en el cielo y en la tierra...» (Mt 28,16-18).                                          
    En Marcos, «Resucitado Jesús la mañana del primer día de la semana, se apareció primero a María Magdalena. (...) Ella fue quien lo anunció a los que habían vivido con Él...» (Mc 16,9-10); «Después de esto se mostró en otra forma a dos de ellos que iban de camino y se dirigían al campo» (Mc 16,12); ya en Galilea (se supone) «Al fin se manifestó a los once, estando recostados a la mesa, y les reprendió su incredulidad...» (Mc 16,14); y, finalmente, «El Señor Jesús, después de haber hablado con ellos, fue levantado a los cielos y está sentado a la diestra de Dios» (Mc 16,19).                                 
    En Lucas, «El mismo día [domingo, tras el descubrimiento de la sepultura vacía], dos de ellos iban a una aldea (...) llamada Emaús, y hablaban entre sí de todos estos acontecimientos. Mientras iban hablando y razonando, el mismo Jesús se les acercó e iba con ellos, pero sus ojos no podían reconocerle. (...) Puesto con ellos a la mesa, tomó el pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio. Se les abrieron los ojos y le reconocieron, y desapareció de su presencia» (Lc 24,13-31), después de esto «En el mismo instante se levantaron, y volvieron a Jerusalén y encontraron reunidos a los once y a sus compañeros, que les dijeron: El Señor en verdad ha resucitado y se ha aparecido a Simón. Y ellos contaron lo que les había pasado en el camino y cómo le reconocieron en la fracción del pan. Mientras esto hablaban, se presentó en medio de ellos y les dijo: La paz sea con vosotros. (...) Le dieron un trozo de pez asado, y tomándolo, comió delante de ellos» (Lc 24,33-43); finalmente, «Los llevó cerca de Betania, y levantando sus manos, les bendijo, y mientras los bendecía se alejaba de ellos y era llevado al cielo» (Lc 24,50-51).
    En Juan, mientras María Magdalena permanecía fuera del sepulcro llorando «se volvió para atrás y vio a Jesús que estaba allí, pero no conoció que fuese Jesús. (...) María Magdalena fue a anunciar a los discípulos: "He visto al Señor" y las cosas que había dicho» (Jn 20,14-18). «La tarde del primer día de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se hallaban los discípulos por temor de los judíos, vino Jesús y, puesto en medio de ellos...» (Jn 20,19). «Pasados ocho días, otra vez estaban dentro los discípulos (...) Vino Jesús, cerradas las puertas, y, puesto en medio de ellos...» (Jn 20,26). «Después de esto se apareció Jesús a los discípulos junto al mar de Tiberíades, y se apareció así: Estaban juntos Simón Pedro y Tomás, llamado Dídimo; Natanael, el de Caná de Galilea, y los de Zebedeo, y otros dos discípulos. Díjoles Simón Pedro: Voy a pescar. (...) Salieron y entraron en la barca, y en aquella noche no pescaron nada. Llegada la mañana, se hallaba Jesús en la playa; pero los discípulos no se dieron cuenta de que era Jesús. (...) Él les dijo: Echad la red a la derecha de la barca y hallaréis. La echaron, pues, y ya no podían arrastrar la red por la muchedumbre de los peces (...) Jesús les dijo: Venid y comed...» (Jn 21,1-12).
    Según los Hechos de los Apóstoles de Lucas, Jesús apareció ante sus apóstoles durante nada menos que cuarenta días: «Después de su pasión, se presentó vivo, con muchas pruebas evidentes, apareciéndoseles durante cuarenta días y hablándoles del reino de Dios» (Act 1,3) y, al fin «fue arrebatado a vista de ellos, y una nube le sustrajo a sus ojos» (Act 1,9).
    Pero Pablo, por su parte, complicó aún más la rueda de apariciones cuando testificó que «lo que yo mismo he recibido, que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado, que resucitó al tercer día, según las Escrituras, y que se apareció a Cefas, luego a los doce. Después se apareció una vez a más de quinientos hermanos, de los cuales muchos permanecen todavía, y algunos durmieron; luego se apareció a Santiago, luego a todos los apóstoles; y después de todos, como a un aborto, se me apareció también a mí» (I Cor 15,3-8).
    Tomando en cuenta los denodados esfuerzos —con milagros incluidos— que había hecho Jesús, durante su vida pública, para intentar convencer de su mensaje a las masas, ¿no resulta increíble que se apareciera solamente ante sus íntimos y no ante todo el pueblo o el procurador Pilato que le ajustició, despreciando así su mejor oportunidad para convertir a todo el Imperio romano de una sola vez? Por otra parte, si repasamos lo dicho en todos estos testimonios inspirados que acabamos de exponer, tal como lo resumimos en el cuadro que insertaremos seguidamente, deberemos convenir que no es creíble en absoluto que un suceso tan fundamental como éste se cuente de tantas formas diferentes y que cada autor sagrado haga aparecer a Jesús las veces que le venga en gana y en los lugares y ante los testigos que se le antojen.              
    Los machistas Lucas y Pablo excluyen a María Magdalena de entre los privilegiados testigos de las apariciones de Jesús mientras que para los otros es la primera en verle. Las apariciones en el camino cerca de Jerusalén sólo figuran en Marco y en Lucas (que toma el dato de éste) y aportan contextos muy diferentes.                                                             
    La presencia de Jesús ante sus apóstoles cuando aún estaban en Jerusalén es relatada por Lucas, Juan y Pablo, que no conocieron a Jesús ni fueron discípulos suyos, pero inexplicablemente la omiten quienes se supone que estaban allí, eso es el apóstol Mateo y Pedro (cuyas memorias originan el texto de Marcos).                                                                
    Las apariciones de Jesús en Galilea solo figuran en Mateo, Marcos y Juan, pero fueron situadas, respectivamente, en escenas y comportamientos absolutamente diversos que acontecieron en lo alto de una montaña, alrededor de una mesa y pescando en el lago Tiberíades (¡¿ ?!).
    Lucas afirmó que hubo apariciones durante cuarenta días o un día, según qué texto suyo se lea, y su maestro Pablo perdió toda mesura y compostura en su texto de I Cor 15,3-8, donde se cita a Jesús presentándose tanto a discípulos solos como a grupos de «quinientos hermanos». Por último, sólo en Marcos y en Lucas —que no fueron escritos por apóstoles— se dice que Jesús fue «levantado a los cielos», aunque, lógicamente, también se presentó el hecho en circunstancias sustancialmente distintas.
    Dado que el más elemental sentido común impide creer que un evangelista hubiese dejado de enumerar ni una sola de las apariciones de Jesús resucitado, los vacíos y contradicciones tremendas que se observan sólo pueden deberse a que esos relatos fueron una pura invención destinada a servir de base al antiguo mito pagano del joven dios solar expiatorio que resucita después de su muerte, una leyenda que, como ya mostramos, se aplicó a Jesús sin rubor alguno.
    Puestos a observar incongruencias, también aparecen ciertas dudas razonables cuando calculamos el tiempo que permaneció muerto Jesús. Si, tal como testifican los evangelistas, Jesús fue depositado en su sepulcro a finales de la tarde de un viernes —o de la noche, pues en Lc 23,54 se dice que «estaba para comenzar el sábado»— y el domingo «ya para amanecer» (Mt 28,1) Jesús había desaparecido del «monumento» debido a su resurrección en algún momento concreto que se desconoce, resulta que el nazareno no estuvo en su tumba más que unas seis horas, como máximo, el viernes, todo el sábado y otras seis horas o menos el domingo; eso hace un total de unas treinta y seis horas, un tiempo récord que es justo la mitad de las horas que debería haber pasado muerto para poder cumplirse adecuadamente la profecía que el propio Jesús había hecho a sus apóstoles al decirles que «El Hijo del hombre será entregado en manos de los hombres y le darán muerte, y muerto, resucitará al cabo de tres días» (Mc 9,31).       
    Por si algún cristiano piadoso quisiere defenderse como gato panza arriba argumentando que viernes, sábado y domingo, aunque no fueran completos, ya son los «tres días» profetizados, será obligatorio recordar la respuesta que dio Jesús en Mt 12,38-40: «Entonces le interpelaron algunos escribas y fariseos, y le dijeron: Maestro, quisiéramos ver una señal tuya. Él, respondiendo, les dijo: La generación mala y adúltera busca una señal, pero no le será dada más señal que la de Jonás el profeta. Porque, como estuvo Jonás en el vientre del cetáceo tres días y tres noches, así estará el Hijo del hombre tres días y tres noches en el corazón de la tierra.» Es evidente, pues, que el tiempo de permanencia en el sepulcro, antes de resucitar, debía ser de tres días completos con sus respectivas noches.
    Jesús, por tanto, no resucitó a los tres días de muerto sino al cabo de un día y medio, con lo que no pudo validarse a sí mismo mediante la «señal de Jonás», puesto que incumplió su reiterada promesa por exceso de rapidez. Aunque, en cualquier caso, dejó constancia de su gloria y poder al vencer en su propio mito a su oponente el dios Mitra, que ése sí tuvo que pasarse tres días enteros dentro de su tumba antes de poder resucitar.
    En el caso de que la resurrección de Jesús hubiese sido un hecho cierto, cosa que este autor no tiene el menor interés en negar por principio, resulta absolutamente evidente que tal prodigio no aparece acreditado en ninguna parte de las Sagradas Escrituras; cosa bien lamentable, por otra parte, ya que no se aborda esta cuestión —ni nada que se le relacione, aunque sea remotamente— en ningún otro documento contemporáneo ajeno a los citados.